La «ruta de la efedrina» llegó al juicio contra el «Menchito» en Estados Unidos
Rubén Oseguera González nunca quiso que llegara este día: primero intentó evitar la extradición hacia los Estados Unidos, después estuvo a punto de firmar un acuerdo de culpabilidad del que se arrepintió a último momento. Este lunes, entonces, el hijo de Nemesio Oseguera Cervantes, «Mencho», debió presentarse ante una corte de Columbia, Washington. A sus 34 años, el heredero del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJJNG) depende de sus abogados para no pasar el resto de sus días en prisión.
La fiscalía presentó testigos bien conocidos. El primero fue Óscar Orlando Nava Valencia, «Lobo», jefe del Cártel del Milenio desde el 15 de agosto de 2003 –cuando quedó al mando tras el arresto del fundador de la organización, su tío Armando Valencia Cornelio, «Maradona»– hasta el 28 de octubre de 2009 –cuando por su detención, lo reemplazó su hermano Juan Carlos Nava Valencia, alias «Tigre»–.
En esos años, Milenio tenía 500 hombres en la nómina, operaba en Jalisco, Colima, Michoacán y Nayarit y traficaba 5 toneladas de cocaína, 5 de marihuana y hasta 2 de metanfetaminas por mes hacia los Estados Unidos.
Nava Valencia, testigo «estrella» de la fiscalía, ya declaró en los juicios contra el exsecretario de Seguridad Pública de México, Genaro García Luna, y el número dos de Los Cuinis, Gerardo González Valencia, «Lalo», otro brazo del Cártel del Milenio. Tras la extinción de la organización, «Mencho» y Los Cuinis formaron el CJNG.
En el proceso contra «Lalo», «Lobo» aseguró que le vendió 30 toneladas de cocaína a Los Cuinis entre 2004 y 2009. Más de la mitad fue para Gerardo. De esas toneladas, el 70 por ciento fue hacia los Estados Unidos y el 30 por ciento restante hacia Europa. La cocaína era colombiana: los mayores proveedores fueron Los Rastrojos, un brazo armado del Cártel del Norte del Valle que terminó por disputarle el poder a Wilber Varela, «Jabón». El acuerdo era entre los tres: si el cargamento llegaba a destino, Milenio, Los Cuinis y Los Rastrojo se repartían la ganancia en partes iguales.
Mientras reinó Ignacio «Nacho» Coronel en Jalisco, Milenio fue aliado regional del Cártel de Sinaloa de Ismael «Mayo» Zambada y Joaquín «Chapo» Guzmán, tanto que el 28 de octubre de 2009, cuando la Sedena lo arrestó, «Lobo» estaba con Ángel Bejar Chávez, alias «Chino», compadre de «Nacho». Finalmente, el 29 de julio de 2010, el Ejército abatió a Coronel, también conocido, precisamente, como el «rey del ice«.
En esos días, los hombres de «Lobo» se reunieron en Comala, estado de Colima, para rearmar la organización. Pero al encuentro no fueron todos: Nemesio, su hijo y Erick Valencia Salazar, alias «85», se torcieron. Hubo declaración de guerra. Y Los Cuinis jugaron para «Mencho». Tal vez no cayeron en la cuenta, no enseguida, pero en ese momento nació lo que es hoy el cártel de las cuatro letras. En ese preciso instante también brotó la sed de venganza del último gran líder de Milenio.
Entonces, «Lobo» fue el primer testigo en el juicio contra «Menchito». Así, declaró que «Mencho» llegó en el 2005 a ser su jefe de plaza en Puerto Vallarta, Jalisco, y que el hombre de confianza de este era el propio hijo, «Menchito», al que llevaba a todas partes, con apenas 15 años, para que aprendiera los secretos del negocio, como publicó el periodista Ángel Hernández, presente en la audiencia, en un reportaje para Milenio.
El hijo del capo del CJNG es estadounidense: nació el 14 de febrero de 1990 en San Francisco, California, pero también tiene nacionalidad mexicana. En su rápida y furiosa historia criminal, «Menchito» fue arrestado tres veces y tres veces consiguió la libertad. Pero el 20 de febrero de 2020, tras cinco años de presentar recursos rechazados, México lo entregó en extradición a los Estados Unidos.
El exjefe del Cártel del Milenio agregó que desde el 2008, con la irrupción de las metanfetaminas, el brazo del «Mencho» administró cinco laboratorios en la zona montañosa de Jalisco, El Grullo y Autlán. Para eso, la gente del «Lobo» entregaba efedrina y otros precursores químicos a la del «Mencho» en Puerto Vallarta.
Sin embargo, Nava Valencia no contó, porque no se lo preguntaron o no era interesante decirlo, desde dónde llegaban las toneladas de efedrina para producir éxtasis, ice o crystal. Tal vez de Zhenli Ye Gon, alias «Mister Lee», el empresario farmacéutico que perdió 3,5 toneladas de pseudoefedrina en el puerto de Manzanillo, en 2005, y 19,5 toneladas en el puerto de Lázaro Cárdenas, en 2006. Tal vez de Mario Segovia, que por no arreglar con la Inteligencia argentina ni la mexicana, dejó 294 kilos de efedrina en Manzanillo y 523 kilos más en Buenos Aires en 2008. O tal vez de otras células mexicanas instaladas en Buenos Aires.
En la Argentina, el Gobierno dejó entrar 40 toneladas de efedrina entre 2004 y 2008, que terminaron en manos de cárteles mexicanos. La «ruta de la efedrina» se cortó para siempre el 7 de agosto de 2008 con las ejecuciones de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, que pasó a la historia como el triple crimen de General Rodríguez.
Diego Ferrón, hermano de Damián, y el periodista Agustín Ceruse publicaron el libro Operación Crystal, en el investigaron qué hicieron antes, durante y después del triple crimen los agentes de la DEA que tenían la misión de cortar de raíz la triangulación de efedrina entre China, Argentina, México y, ya como crystal, Estados Unidos. Un mes después del triple crimen, el gobierno de Cristina Kirchner prohibió la importación de efedrina, como le venía reclamando con insistencia la Embajada de los Estados Unidos.
Recientemente, Encripdata reveló la historia detrás de la Operación Arco Iris: el 13 de noviembre de 2008, tras un informe de la DEA, policías federales arrestaron a los mexicanos José María Rodríguez Ceja –a veces identificado como Jerónimo Morales Rocha– y Abraham Martínez Calderón en un depósito de San Miguel. Estos mexicanos formaban parte de Los Cuinis. Pero también detuvieron a Alberto Molina, Eduardo Fabián Ocampo y Rafael Fernando Portillo, tres policías bonaerenses que llevaban adelante una investigación paralela del triple crimen, como les habían ofrecido a las familias de las víctimas.
Los bonaerenses llegaron al galpón esperando encontrar 2 toneladas de efedrina, como les había confiado un contacto de contra-inteligencia, pero los mexicanos estaban preparando 750 kilos de cocaína. «Patón» Molina entendió tarde que el dato plantado por la SIDE sirvió para cortar para siempre la investigación paralela del triple crimen.
No fue la única vez que Los Cuinis dejaron rastros de su paso por la Argentina: en 2009, «Lalo», número dos de la organización, se instaló con su familia en Buenos Aires, abrió una tienda de conveniencia en Puerto Madero, y luego se mudó a Punta del Este, Uruguay. En sus años por el Río de la Plata, lavó 6,3 millones de dólares. El año pasado, un tribunal de Columbia lo condenó a prisión perpetua.
El testimonio de «Lobo» fue de gran ayuda.
La historia puede repetirse con «Menchito».