Encripdata

El hilo invisible entre el crimen y el poder

El chat encriptado del crimen organizado que está de moda en la Argentina

El nuevo chat encriptado del crimen organizado ya está de moda en la Argentina

El chat encriptado del crimen organizado ya está en la Argentina. Crédito: Encripdata.

Aquella noche, Sofían Mohamed Ahmed Barrak le avisó a su mujer que había llegado a casa. Lo hizo por WhatsApp. Eran las 3.14 de la madrugada, ya estaba metido en la cama y en la televisión española hablaban sobre Vladimir Putin y Rusia. Unos minutos después, alguien le envió un mensaje, pero por EncroChat. Eso lo hizo salir a su encuentro. Mientras cruzaba la calle, un sicario apareció de la nada, le descargó cinco disparos y, ya en el piso, lo remató con cuatro más. El reloj marcaba las 3.34 del 20 de agosto de 2018 y la noticia de su crimen viajó rápido desde Estepona hacia Ceuta, la ciudad autónoma española en el continente africano, donde había nacido y ganado su apodo «Zocato» entre los traficantes de hachís y otras yerbas. Quiso el destino que la víctima, por usar ese sistema encriptado, terminara protegiendo a quien lo llevó a la muerte. Al final, los policías de la Unidad de Droga y Crimen Organizado (Udyco) de la Costa del Sol arrestaron al «clan de los suecos» porque ya lo venían investigado por otro crimen, el de David Ávila Ramos, alias «Maradona», pero ese mensaje irrecuperable puede ser la diferencia, llegado el juicio, entre la cárcel o la libertad para Amir Faten Mekky.

EncroChat no era barato: había que pagar 250 euros por mes. Lo usaban solo 60 mil usuarios de 140 países. En ese universo había de todo: empresarios, políticos, jueces y también personas del crimen organizado. Todos buscaban que su alias no estuviera asociado al número de teléfono. La diferencia era que los primeros renovaban el servicio cada seis meses; los otros, en cambio, compraban otro aparato cada tanto como una medida de seguridad a la ya seguridad que brindaba el sistema en sí. En la Argentina, por caso, José Gonzalo Loza, jefe del clan que llevaba su apellido, y Gustavo Diego Marano Fuentes, lo tenían.

Pero todo cambió el 13 de junio de 2020. Ese día, los usuarios recibieron una alerta de la empresa: «Hemos sido infiltrados por entidades gubernamentales. Te aconsejamos que apagues el dispositivo y te deshagas de él inmediatamente». Las autoridades de Francia y Países Bajos acababan de hackearlo.

Aunque hasta el día de hoy los diputados debaten en el Parlamento Europeo si lo hecho fue legal o no, algo es seguro: los investigadores pudieron acceder a las comunicaciones en tiempo real, 1800 usuarios terminaron tras las rejas en varios países y EncroChat dejó de existir.

Algo similar había sucedido el año anterior con Phantom Secure y al año siguiente con Sky ECC, las dos de origen canadiense. Es más: a Vincent Ramos, creador de la primera compañía, un tribunal de los Estados Unidos lo sentenció a 9 años de prisión por crear esa aplicación de mensajería cifrada para facilitar a los cárteles de droga sus operaciones alrededor del mundo.

En esos años, como si fuera poco, el FBI de los Estados Unidos (Federal Bureau of Investigation) llevó adelante una operación maestra: en vez de hackear un sistema encriptado, creó uno, ANOM, y poco a poco consiguió que los criminales se lo recomendaran unos tras otros hasta esparcirlo por 16 países. Cuando se dieron cuenta, ya era tarde: 800 acusados cayeron a mitad del 2021.

En el medio, aparecieron otras aplicaciones.

Loza, además de EncroChat, usaba Diomerc.

Y ahora la que está de moda -y llegó la Argentina- es Wickr Me, según pudo reconstruir Encripdata. Aunque un investigador especializado en narcotráfico y que periódicamente intercambia información con pares de otros países aseguró que nunca tuvo un caso en el que los sospechosos utilizaran esta aplicación, en el país ya hubo tres.

Ezequiel Pablo Martín Cettú fue el primer condenado en la Argentina que usaba Wickr Me para sus negocios: traficar cocaína a través de «mulas» hacia Europa. Su cómplice, el mexicano Rodrigo Pozas Iturbe, luego le recomendó Telegram, cuando todavía no estaba de moda. Así operaron hasta que fueron descubiertos en abril de 2016 por el juez federal Marcelo Aguinsky.

El 18 de marzo de este año, a Brisa Aylen Mora la atraparon con 501 kilos de marihuana y 5 kilos de cocaína en su casa de Bahía Blanca. Y aunque al principio se resistió a destrabarla con su rostro y su iris, luego aceptó el pedido. El 30 de agosto, un tribunal la condenó a 4 años de prisión.

El 26 de agosto, pero en el conurbano bonaerense y Rosario, el juez federal Adrián González Charvay ordenó arrestar a José Damián Sofía, alias «Tano», y otras trece personas a las que acusaba de estar detrás de un cargamento de 1658 kilos de cocaína decomisado por los policías federales de la División Hidrovía del Paraná en un galpón de Empalme Graneros, uno de los barrios más violentos de Rosario.

En la banda del «Tano» Sofía, al menos Gabriel Andrés Nicolau, Marco Rodrigo Páez, Lucas Eduardo Hitters y Oscar Alfredo Rossi utilizaban Wickr Me, según pudo reconstruir Encripdata. El juez González Charvay ya procesó a todos ellos, pero, como era de esperar, no pudo recuperar nada de la aplicación.

Álvaro Antonio Ramírez Duque y Newson Cheung Sabogal, dos de los tres colombianos que estuvieron en la Argentina para cerrar el negocio con Sofía y Nicolau, preferían Signal.

Pero Wickr Me es mejor: no está asociado a un número de teléfono sino simplemente a un alias que otros deben conocer para comunicarse, cada llamada, texto o foto es cifrada con una clave aleatoria, los servidores no guardan esas claves, no permite capturas de pantallas y el contenido se autodestruye a elección, entre los tres segundos y los seis días. Y ni siquiera almacena la hora, fecha, antena, ciudad ni ningún otro metadato de la actividad. Anonimato garantizado.

Por eso los criminales la usan cada vez más en la Argentina y en todo el mundo.

Pero tiene dos problemas. El primero: Jeff Bezos la compró el 25 de junio de 2021 y, por lo tanto, es de esperar que el fundador de Amazon adapte ciertos parámetros para que Wickr Me no se convierta en la aplicación por excelencia del crimen organizado.

El segundo problema: ningún sistema encriptado está hecho a prueba de traiciones. Como «Zocato», muchos criminales lo descubrieron tarde.

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