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Un paso adelante

La pista de «los colombianos»: qué dijo «Pelado» Padovani sobre quién lo contrató para matar a Guastini

El crimen de Guastini y la pista de "los colombianos"

La pista de "los colombianos" en el crimen de Guastini. Crédito: Ministerio de Seguridad.

«Paisas», para ganar su confianza. «Colochos», para hablar mal a sus espaldas. La vida de Diego Xavier Guastini estuvo marcada por personas de origen colombiano. La de Marcelo Fabián Padovani, alias «Pelado», primer detenido por el crimen, también. Sus rastros se pisaban, se confundían, en las «cuevas» del microcentro porteño y en las rutas del narcotráfico internacional. No por nada, como reveló Encripdata el 24 de junio, el acusado soltó, ni bien lo atraparon, que a él y el resto de la banda los contrataron «los colombianos».

El detenido, desconcertado ante tantos policías, desligó responsabilidades: dijo que el kilo de cocaína en su casa era de un abogado, que solo llevó al sicario al Obelisco y que los contrataron «los colombianos». Los detectives ya sabían lo primero y lo segundo, pero no tenían ni una pista sobre lo tercero. Nada de eso ratificó ante el juez Juan José Anglese, donde prefirió guardar silencio, pero a los investigadores les sirvió para orientarse.

Padovani, entonces, puso a «los colombianos» en el horizonte por el crimen de Guastini en forma de sicariato.

La primera vez que Guastini hizo un negocio en el que estuvieron involucrados narcos colombianos fue el que se activó el 29 de diciembre de 2013 cuando policías de Quilmes secuestraron en Moreno cientos de kilos de cocaína bajo instrucciones de un fiscal de San Isidro. «Leones Blancos«, famoso no solo porque el fiscal provincial actuó en una jurisdicción extraña a la suya con uniformados extraños a ambos distritos en un caso claro del fuero federal sino porque, lo que fue peor, los investigadores terminaron investigados acusados de robarse la mitad del cargamento.

Ese operativo, en realidad, comenzó 48 horas antes cuando Guastini le cambió euros en su «cueva» de la calle Florida 520 a uno de los traficantes y, ni bien éste se fue con los dólares, le pasó el dato a su amigo de la Bonaerense, Adrián Gonzalo Baeta, uno de los uniformados caído en desgracia.

Guastini, en apuros por organizar viajes de «mulas» con divisas entre la Argentina, Ecuador, México e Italia, confesaría mucho después para zafar de la cárcel por esa causa que los compradores de la cocaína secuestrada en la quinta de Moreno pertenecían a la banda de los colombianos Alberto «Papo» Mejía, Germán Augusto Correa Calderón y un tal «Gabriel» aunque todos los que cayeron en «Leones Blancos» fueron argentinos.

Correa Calderón, «Papo» y «Gabriel» nunca fueron siquiera molestados en 2013.

Al año siguiente, cuando aún conservaba el perfil bajo, Guastini voló con Cristina González Soto a México. Ella, claro, colombiana. En ese viaje, el financista hizo negocios con su por entonces socio, el peruano Carlos Sein Atachahua Espinoza, alias «Iván». A sus íntimos, Guastini les contó que en Culiacán se reunieron con Joaquín Guzmán Loera, el inconfundible «Chapo», histórico jefe del Cártel de Sinaloa. Ni más ni menos. A ese nivel en el submundo narco, solo una foto analizada por peritos podría confirmar esa leyenda. Hasta entonces, creer o reventar.

De vuelta en la Argentina, allegados a Guastini volvieron a hacer contacto con Correa Calderón. La Agencia Federal de Inteligencia (AFI) alertó a los investigadores sobre un viaje del 9 de octubre de 2017 del colombiano con Sebastián Fargeta y Elías «Turco» Exeni a Salvador Mazza, Argentina, y Yacuiba, Bolivia, para cerrar una operación para «bombardear» 428 kilos para vender en Buenos Aires y otros 300 kilos para «coronar» en Europa.

Guastini no solo era informante de la Bonaerense a través de su amigo Baeta sino también de la AFI de la mano del espía Pedro Tomás «Lauchón» Viale. Y, aunque por muy poco tiempo, pasó información a la Drug Enforcement Administration (DEA).

La banda de Fargeta quedó al descubierto justamente por la AFI. El caso se conoció como «Narcogolf». Además de Fargeta y Exeni, también cayeron Pablo Portas Dalmau, el «mandamás» Héctor Alfonso Cabrera y el «químico» Luis Alberto Quintero. Portas Dalmau trabajaba para Guastini. El «mandamás» y el «químico», por su parte, eran los colombianos encargados de conseguir la cocaína en Bolivia.

Fargeta y compañía, como Encripdata adelantó el 27 de mayo de 2020, firmarán en los próximos días un juicio abreviado para salir de la cárcel.

Los colombianos de «Narcogolf», como los de «Leones Blancos», seguramente se convertirán en fantasmas hasta la próxima vez.

Padovani, detenido por participar del crimen de Guastini, también tenía contacto con colombianos. Así lo comentó con su hijo:

— ¿Y los ‘Colombia’ qué onda? Ahí está para hacer plata de verdad.

— No van a trabajar hasta que se termine todo esto, me lo dijo así a cara de perro.

— Esos chabones deben tener como una tonelada, pa.

— Pero quedaron quebrados, pero en poquito tiempo levantan.

En otra charla, seguida por los investigadores, Padovani le contó a su pareja que su hijo le había robado cocaína para venderla a sus espaldas, pero esa es otra historia.

En otra escucha, Padovani le comentó que un proveedor paraguayo tenía miedo de que no le comprara más a él y que hiciera negocios solo con «Colombia».

A Padovani no solo lo escucharon sino que también lo «caminaron»: los detectives, como Encripdata anticipó el 11 de diciembre de 2020, lo vieron pasar por el domicilio del abogado «Ricky» al que una vez preso señalaría como su proveedor y también por la casa de alias «Alex», colombiano él, condenado a seis años de prisión por tener cinco kilos de cocaína para vender. Romina, auxiliar de inteligencia de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal (PFA), por avisarle al narco que lo estaban investigando, también fue sentenciada aunque la sacó más barata.

Para saber quién mandó a matar a Guastini, los investigadores deberán valorar la ocasión, oportunidad y motivo.

En la pista de «los colombianos» tal vez tenga sentido lo que declaró un testigo ante los investigadores que van por el fiscal y los policías de «Leones Blancos»: «Diego estaba intentando presentarse a aportar pruebas en la causa, en la que había dado información a policías para que se desarrollara el procedimiento y robar mercadería, por lo que así las cosas hace unos días llamó a policías y abogados para anticipar sus intenciones y buscar protección. Debido a esta situación, se ordenó su ejecución».

A esa altura, la jueza federal Sandra Arroyo Salgado y el fiscal Fernando Domínguez ya tenían casi todo reconstruido. De los únicos que no tenían precisiones eran de los colombianos que aquella vez quisieron comprar la cocaína que al final quedó en manos de los policías de Quilmes. Tras el crimen de Guastini, la posibilidad de ir tras esos colombianos terminó de evaporarse. Tal vez sea solo una casualidad, una más del destino.

Quién haya ordenado el crimen de Guastini, concretado la mañana del lunes 28 de octubre de 2019 a la vuelta de la Municipalidad de Quilmes, lo hizo por algo que la víctima hizo mal o estaba por hacer en los días próximos pasados o inmediatos.

No por nada Padovani cometió errores de principiante. La escena del crimen, seguramente, lo condenará. Por lo pronto, lo perfiló como un hombre no del todo astuto. El acusado, así como se cuidó de no tener cuenta en Facebook para que no quedaran al descubierto todos sus «parentescos», cometió el error de usar en la emboscada el Ford Kinetic que estaba a nombre de su pareja y así como se cuidó de no hablar por celular sobre la ejecución, usó su línea de teléfono de siempre, según el análisis del impacto de antenas, el día que, por orden de «los colombianos» según él, hizo su parte para sacar de juego a Guastini.

Para intentar borrar sus huellas de la escena del crimen, el acusado llegó a vender el auto con el que ayudó a escapar al sicario. Ya era tarde.

Ahora, a Padovani solo le queda negociar.

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