Rechazaron dos veces detener a un sospechoso por el crimen de Guastini
Tiempo que pasa, verdad que huye, advirtió el padre de la criminalística moderna, el francés Edmond Locard, en el siglo pasado. Y esa máxima se verificó una vez más desde el 28 de octubre de 2019 en Quilmes. A trece meses del crimen de Diego Xavier Guastini, financista, informante y narcotraficante, varias pruebas ya se perdieron. Primero fue la grabación de una cámara de seguridad, luego uno de los autos usados en el asesinato y, si el tiempo sigue pasando, también podría desaparecer la única persona hasta ahora identificada como partícipe necesario.
Las fuerzas de seguridad individualizaron a aquel hombre que ayudó a que un sicario pudiera acertarle tres balazos a Guastini a través del vidrio de su Audi antes de que pudiera agarrar su Glock.
Encripdata pudo saber de fuentes oficiales que, a pesar de ese avance, el fiscal Martín Conde no hizo lugar a las medidas de prueba planteadas en marzo por las fuerzas de seguridad y que el juez Juan José Anglese rechazó el pedido de detención en octubre.
Las fuerzas de seguridad comprobaron que este sospechoso se relacionaba con un abogado con una causa por poseer un kilo de cocaína y con un ciudadano colombiano condenado por tenencia de cinco kilos para su comercialización. Una auxiliar de inteligencia de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal (PFA) fue sentenciada por avisarle al narco que lo estaban investigando. Y, por supuesto, las fuerzas de seguridad determinaron que aquel sospechoso, con todos estos vínculos, estuvo en tiempo y lugar en la escena del crimen de Guastini.
Pero entre el fiscal y el juez rechazaron dos veces arrestar a la única persona hasta ahora identificada que podría destrabar el asesinato del financista que, como «arrepentido» en tres causas narco, hizo caer al clan Loza, al fiscal Claudio Scapolan y al narco Carlos Sein Atachahua Espinoza.
En estos trece meses, como si fuera poco, los funcionarios judiciales no peritaron los tres teléfonos de la víctima que los policías bonaerenses, encabezados por el teniente Adrián Gonzalo Baeta, amigo íntimo del asesinado, apagaron aquel día sin razón.
El fiscal y el juez tampoco abrieron la lapicera espía que Guastini tenía en la cueva que manejaba en la calle Florida 520, donde los caminos de financistas, narcotraficantes y espías se cruzaron al menos hasta su muerte.
Pero los negocios tenían que seguir: la cueva ya tiene nuevo jefe.