Ya tiene fecha el juicio a dos socios por matar y descuartizar a «Lechuga» para no pagarle 150 mil dólares

Ya tiene fecha el juicio por el crimen de "Lechuga" Pérez Algaba. Crédito: Facebook.
Este 22 de abril, el Tribunal Oral en lo Criminal 9 de Lomas de Zamora comenzará el juicio a Maximiliano Pilepich y Nahuel Vargas por el crimen de Fernando Pérez Algaba, al que todos llamaban «Lechuga», socios en Renacer, un proyecto inmobiliario de General Rodríguez, según pudo saber Encripdata. La imputación: «homicidio cuádruplemente agravado por su comisión con armas de fuego, por alevosía, por codicia y por haber sido cometido por el concurso premeditado de varias personas».
En el banquillo de los acusados también estarán Horacio Mariano Córdoba, Matías Ezequiel Gil, Luis Alberto Contreras, Fernando Gastón Martín Carrizo y hasta Flavia Lorena Bomrad, amiga de la víctima, con diferentes roles en la trama. Además, Blanca Cristaldo deberá presentarse por haber escondido en su casa a Carrizo. En cambio, Alma Nicol Chamorro, la primera detenida del caso, fue sobreseída.
Todo comenzó el 17 de julio de 2023. Tras un regreso intempestivo al país, Pérez Algaba consiguió que Pilepich aceptara devolverle 150 mil dólares. Aquel día, entonces, se encontraron en una escribanía para firmar un documento de reconocimiento de la deuda original. Al final, quedaron en 50 mil dólares y la entrega de 17 lotes del emprendimiento en General Rodríguez.
Aunque algo no le cerraba, aunque temía que algo le pudiera pasar, «Lechuga» fue al día siguiente a Renacer para cobrar un primer pago: 20 mil dólares. Ese lugar le traía malos recuerdos: en medio de una discusión, Pilepich ya le había disparado. Aquella vez tuvo suerte: no le acertó. Ahora, el 18 de julio, estuvieron los tres: ellos dos y Vargas. Bueno, cuatro: también su perro Cooper.
Esa fue la última vez que Pilepich y Vargas dijeron ver a Pérez Algaba. Cuando el caso llegó a los medios de comunicación, alguien viralizó unos audios inquietantes entre la víctima y un barra de Boca.
Entre otras cosas, Gustavo Iglesias, alias «Chupa», juraba que le cortaría las manos para que nunca más se quedara con plata ajena. Al cuerpo de «Lechuga», precisamente, le quitaron las extremidades superiores e inferiores.
Por esos audios, los detectives allanaron de urgencia propiedades de Iglesias y de su hijo Nazareno. Para fortuna del barra de Boca, el impacto del teléfono ubicó a Pérez Algaba en atenas lejanas: «La última conversación con alguna otra persona por cualquier medio la tuvo a las 18.09 horas encontrándose en el emprendimiento», según el informe del análisis telefónico realizado por la Dirección de Tecnologías Aplicadas a la Investigación en Función Judicial.
Desde ese instante, los peritos observaron diez puntos clave del impacto del celular de la víctima en las antenas que cubren las zonas de interés. Un teléfono coincidió en seis puntos. Se trataba de un abonado del Ministerio de Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, pero que hasta el 18 de julio «no presentaba comunicaciones ni movimientos de antena».
Pero a las 14.37 horas empezó a moverse hacia la zona oeste. La obtención de este teléfono fue una prueba clave sobre la planificación del crimen. No fue una discusión que terminó mal. Fue un encuentro premeditado. A traición: para acertarle dos disparos quirúrgicos por la espalda y a los pulmones. Y por codicia: para no pagarle la deuda.
Casualmente o no tanto, un amigo de Pilepich prestaba servicios en el edificio donde estaba registrado el teléfono. No solo eso: se desempeña en la Dirección de Tecnología y es profesor en cursos sobre Tecnología en la Investigación Criminal. Para el fiscal, era «altamente probable que Pilepich haya recibido asesoramiento de cómo manejar la cuestión tecnológica» por parte de Córdoba, subcomisario de la Policía de la Ciudad.
Una de dos: el uniformado no explicó bien cómo borrar las huellas o Pilepich entendió mal. Porque «contaminó» el celular: habló con su amigo policía, Vargas y Gil y se lo llevó a su casa del country golf Bella Vista. Y en esos recorridos, el teléfono impactó en las mismas antenas, es decir, se quedó con el celular de la víctima.
El último error, el que lo terminó por entregar, fue haber viajado él mismo y con los dos teléfonos hasta Ingeniero Budge. En algún punto de ese trayecto, largó a Cooper, el perro de «Lechuga». Alrededor de las 2.30 de la madrugada, siempre según el análisis telefónico, Pilepich estuvo 9 minutos en la casa de Contreras, quien solo reconocería haberle dado la famosa valija roja.
Inmediatamente después, el celular de Pilepich se activó en la celda del arroyo El Rey.
Allí, cinco días más tarde, unos nenes hallaron la maleta con los restos de la víctima.
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