«Yo solo toco plata»: el día que Guastini llegó a ser socio de la temida Oficina de Envigado

Guastini llegó a ser socio de la temida Oficina de Envigado. Crédito: Encripdata.
Contador de profesión, Diego Xavier Guastini empezó tímidamente su carrera en el mundo de las finanzas. Su padre le consiguió trabajo en lo de Walter Perrotta, «el Tano». La oficina funcionaba en el sótano de la calle Florida 520. Estaba dividido en dos: de un lado, la agencia de turismo; del otro, la casa de cambio. Con la compraventa de los tickets canasta, los saldos de tarjeta de crédito y las divisas, Perrotta pudo sumar más oficinas, con Guastini ya como su cajero principal. A la muerte de su mentor, este joven contador, sacando del medio a quien podía hacerle sombra, convirtió la financiera en la primera oficina privada de la Argentina al servicio del crimen organizado.
Pronto, reclutó a otros financistas, barras y narcotraficantes, pero también informantes, policías y espías como miembros de su incipiente organización, que extendió desde el sótano hasta el sexto piso, con cámaras de seguridad y salida secreta por calle Lavalle.
La Oficina de Florida ofrecía varios servicios: el contrabando de divisas entre América y Europa, con el que se ganó su mejor apodo, «Dolarín»; el armado de sociedades para lavar activos y la operatoria para cargamentos de cocaína, aunque decía que «solo tocaba plata».
Pero solo recién cuando conoció a esa mujer, subió de nivel en el narcotráfico internacional. Su nombre: Cristina González Soto, aunque tenía varios pasaportes, varias identidades. Cristina, Liliana, Restrepo. Daba igual: todos la llamaban «La Mona», como pudo reconstruir Encripdata. No es difícil entender por qué. Ojo: en un mundo de hombres, sabía imponerse.
Hasta entonces, Guastini trabajaba con clanes como los Loza, los Atachahua Espinoza y otros, pero a partir de la llegada de «La Mona» a su vida, pudo ser socio de La Oficina de Envigado, el brazo armado creado por el Cártel de Medellín en los años ochenta, que a la muerte de Pablo Emilio Escobar Gaviria se independizó como organización criminal.
En sus inicios, La Oficina era la unión de las bandas de Medellín. José Leonardo Muñoz Martínez, alias «Douglas», fue jefe de uno de esos, La Terraza. Cuando «La Mona» conoció a «Dolarín», su amigo «Douglas» ya era líder de La Oficina. Y siguió siéndolo el 15 de abril 2009, pero desde la cárcel de La Picota.
En esa época, La Oficina de Envigado era socia del Cártel de Sinaloa en el envío de cargamentos de cocaína desde los puertos de Ecuador hacia los de Europa. Cuando «coronaban» el viaje de ida, necesitaban que alguien se ocupara de «coronar» la vuelta: el pago a los clientes.
Guastini tenía experiencia. Ya lo estaba haciendo para los Loza. Según sus palabras, llegaron a ser 15 millones de euros. También para los Atachahua. Según las operaciones inmobiliarias, 10 millones de dólares. Y para otros, con cifras indeterminadas. Por eso, «La Mona» lo recomendó con «Douglas».
A diferencia de los Loza y los Atachahua, a quienes les bastaba recibir el dinero en Buenos Aires, La Oficina de Envigado lo necesitaba en Colombia, Ecuador o México.
La operatoria de no era muy sofisticada, pero funcionaba: él o un miembro de su organización viajaba a Europa, recaudaba el dinero de los clientes La Oficina de Envigado y regresaba a la Argentina por su principal aeropuerto, Ezeiza, acompañado por varios valijeros -desocupados, expolicías, pastores evangélicos-. Cuando todo salía bien, entraban con todo. Cuando algo salía mal, demoraban a dos, pero pasaban los demás. Ese era el riesgo.
Algo parecido sucedió en marzo de 2014: preparó valijas, sacó pasajes de avión y los envió a Ecuador, pero en el aeropuerto de Quito demoraron a un expolicía federal y a un pastor evangélico porque pretendían ingresar con 300 mil dólares sin declarar. Era para «La Mona». Para intentar recuperarlos, presentaron contratos de donación, pero eso empeoró las cosas: eran documentos falsos.
Entre diciembre de 2012 y mayo de 2014, los valijeros perdieron 1.443.030 dólares y 1.524.715 euros en aeropuertos de Argentina, Ecuador, México e Italia. Pero, según sus propias palabras, La Oficina de Florida movía «entre 5 y 6 millones de euros cada 90 días».
Guastini tuvo, al menos, a 20 valijeros bajo sus órdenes. El más famoso fue David Ávila Ramos, «el Maradona» de la Costa del Sol española ejecutado el 12 de mayo de 2018 a la salida de la comunión de su hijo.
Si sus clientes hicieron mucho dinero, «Dolarín» no se quedó atrás: solo entre diciembre de 2013 y junio de 2014, compró siete propiedades por 21 millones de pesos, alrededor de 2.650.000 dólares de la época. Y en abril de 2017, aprovechó la Ley 27.260 de Sinceramiento Fiscal para blanquear seis de los siete inmuebles.
A eso le sumó la casa de la calle Miró, la playa de estacionamiento de 24 de noviembre al 500, ambas en la Ciudad; la casona de la calle Alem 1280, Banfield, por 390 mil dólares; el galpón de la avenida Antártida Argentina 3001, Zárate, por 156 mil dólares; el lote 3 de la zona XXV de La Herradura, barrio cerrado de Pinamar, por 37 mil dólares; y una quinta en Abbott, que alguna vez guardó dos secretos corporizados.
Así, por sus manos pasaron, para sí y para terceros, 30 millones de dólares.
Y solo por contar los activos de lo que existen registros en los expedientes.
Pero el 9 de marzo de 2015 cometió el primer gran error de su carrera criminal: La Oficina de Florida mató a Hugo Díaz, un financista con el que compartía negocios en el microcentro porteño. La víctima, para blindarse, había empezado a salir con mujeres de la farándula. Su desaparición llenó páginas de diarios, horas de televisión. Y aunque nunca fue acusado formalmente, Guastini perdió una de las cosas más importante en el bajomundo: el perfil bajo.
Así empezó su caída, sin prisa pero sin pausa. La Oficina de Florida sufrió bajas, entre muertes absurdas, ajustes de cuentas y procesos penales. Él mismo declaró como arrepentido, reconoció ser el jefe de los valijeros y negoció para no pisar la cárcel. En tren de confesiones, habló sobre el cuarto de sus servicios: la venta de información a la Secretaría de Inteligencia (SIDE) y, especialmente, a la Policía Bonaerense.
Entonces, la mañana del 28 de octubre de 2019, un grupo comando lo sorprendió, acorraló y ejecutó a la vuelta de la Municipalidad de Quilmes. El sicario actuó a cara descubierta ante las cámaras de seguridad, pero los detectives nunca lo pudieron identificar. El cómplice que lo ayudó a escapar fue arrestado, pero un jurado popular, conformado por doce vecinos, lo declaró inocente.
«La Mona» lloró su muerte desde Medellín.
Luego se enteró que a ella también la traicionó.
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