El regreso fallido de Juliá: buscaba un jet para poder coronar, pero cayó por el secuestro de Tallone

Juliá: buscaba un jet para coronar, pero cayó por el secuestro de Tallone. Crédito: Archivo.
Para Gustavo Juliá, las fiestas de fin de año no suelen ser días felices: como un revival del 2011, cuando aterrizó en una prisión de España por volar en un jet lleno de cocaína, en estas horas volvió a caer, pero esta vez, como pudo reconstruir Encripdata, por su participación en el secuestro con final incierto de Gastón Tallone, un empresario secuestrado el 8 de julio en el barrio porteño del Abasto por orden de Ariel Máximo Cantero, «el Guille», líder de Los Monos.
Esta semana, además, fueron imputados Alejandro Ficcadenti y Sergio Di Vanni, integrantes de La Banda de la Lepra de Newell’s. «Rengo» y «Bebé» se hicieron conocidos por poner la cabeza de un chancho con una bala en la puerta de la inmobiliaria de la familia de Ángel Di María, todo para que el campeón con la Selección argentina no vuelva a vestir la camiseta de Rosario Central.
Al principio, el expediente estuvo a cargo del juez federal Pablo Seró y la fiscal Josefina Minata, ambos de Concepción del Uruguay, quienes ya investigaban a la víctima por lavado de activos. Ellos contaron con la colaboración del fiscal Santiago Marquevich, de la Unidad Fiscal Especializada en Crimen Organizado (Ufeco). Luego, como el secuestro sucedió en Buenos Aires, el caso pasó a manos de la jueza federal María Servini y el fiscal Carlos Stornelli.
Como viene contando Encripdata incluso antes del secuestro, esta historia comenzó a gestarse a mitad del 2023 cuando una organización criminal arrojó papelitos en las puertas de su casa y la de su amigo José Uriburu. Tenían el mismo mensaje: «Con la mafia no se jode». Después les prendieron fuego los autos. A eso les siguieron tiros. Peleados por el control de la terminal portuaria, en plena Hidrovía, Uriburu intentó que Tallone solucionara el problema al que lo había arrastrado. Él buscó otra salida.
Las advertencias continuaron. El invierno se volvió aún más crudo: «la mafia» les envió a los celulares fotos de los hijos en las escuelas. También dieron vueltas por San Isidro y hasta Tortuguitas. Uriburu ya no pudo resistir la presión: «Con la familia, no», pensó aunque sin decirles a los suyos lo que realmente sucedía.
En agosto de 2023, entonces, recurrió a quien pensó que podía ayudarlo dado el contexto de las amenazas: ni más ni menos que Juliá, el narcotraficante que pasó varias temporadas a la sombra en España por intentar «coronar» 944 kilos de cocaína a bordo de un Bombardier Challenger 604 aterrizado el 2 de enero de 2011 en el aeropuerto El Prat, Barcelona.
Uriburu le contó a Juliá que «la mafia» le reclamaba 340 kilos de cocaína que desaparecieron de la Terminal Portuaria Concepción del Uruguay (TPCU), pero le juró por la familia que el ladrón había sido Tallone. Le habló de las acusaciones cruzadas con aquel, de sus denuncias contra Carlos María Scelzi y Leonardo Cabrera, vinculados al puerto, y el fiscal Julio Rodríguez Signes y, lo más importante, le mostró un video para demostrar quién se había quedado con la droga.
Convencido, Juliá levantó el teléfono: «la mafia», le dijo, lo perdonaría, pero, primero, como reveló Encripdata, debería ir a la cárcel de Marcos Paz para hablar cara a cara con uno de los «dueños» de Rosario: «Guille» Cantero.
En total, Uriburu se reunió 17 veces con el jefe de Los Monos. Las visitas empezaron en 2023 y continuaron este año, cuando ya estaba vigente el Sistema Integral de Gestión para Personas Privadas de la Libertad de Alto Riesgo en el Servicio Penitenciario Federal (SPF), que, entre otras medidas, redujo al máximo las visitas: solamente continuarían teniendo encuentros de contacto con familiares directos y excepcionalmente, con personas allegadas, en este caso con contacto diferido en sala de locutorio individual.
Para poder sortear este obstáculo, Uriburu se presentó en su condición de abogado con la excusa de arreglar los términos de una posible representación en causas penales. Pero arreglaron otra cosa. Sabiendo que su visita tenía llegada a la política nacional, «Guille» le ordenó transmitir un mensaje: «Que me mejoren las condiciones de detención y yo paro el baño de sangre». Dicen que así consiguió volver a ver a sus hijos. Al final, Cantero puso a prueba a Uriburu: su vida a cambio de la de Tallone.
Acorralado, Uriburu no pudo, no supo o no quiso salir de esa encerrona: acompañado a sol y sombra por Ficcadenti y Di Vanni, los dos barras de Newell’s, y por Juliá, se reunió varias veces con Tallone. Primero logró que devolviera parte del cargamento robado. Pero eso no bastó. Los Monos no perdonan: tenía que «entregarlo».
El 8 de julio fue la emboscada: convocado por su socio Juan Carlos Miró, Tallone se acercó hasta el Abasto y, allí, los rosarinos a bordo de un auto Gol vinculado a Juliá, lo secuestraron. A pocos metros, dentro de su Audi Q3, Uriburu, recordando la advertencia de «Guille», monitoreó la operación.
Los investigadores pudieron reconstruir que los secuestradores mantuvieron cautivo a Tallone al menos una noche en Ingeniero Maschwitz. El rancho, así lo definieron, era propiedad de Uriburu. Pero cuando la Policía Científica fue con los perros, no halló evidencias. No había rastros de él. Tampoco manchas de sangre. Solo colillas de cigarillo.
Para los fiscales, el entorno de Tallone pagó un rescate de 65 mil dólares la misma noche del secuestro. Para el entorno de Uriburu, en cambio, eso no sucedió. Las llamadas extorsivas continuaron más allá del 8 de julio. En el medio, enterados de lo sucedido, amigos de Tallone intentaron extorsionar a la familia para sacarle más plata de alguna u otra manera, ya sea haciéndose pasar por los secuestradores, proponiendo armar un equipo de búsqueda, ofreciendo custodia o acercando a un abogado, con la condición de pagar por adelantado. Entre ellos se encontraban un abogado, un policía y el hermano de un exministro albertista.
Juliá buscaba un jet para recrear su aventura del 2011. Mientras tanto, este año, un tribunal comenzó el juicio por el encubrimiento del doble crimen de Unicenter, sucedido la tardecita del 24 julio de 2008, cuando dos barras ejecutaron a dos paramilitares colombianos. Según denunció el fiscal Luis Angelini casi desde el principio de su investigación, su jefe, el por entonces fiscal general de San Isidro, Julio Novo, y otros funcionarios judiciales le hicieron la vida imposible para que no pudiera llegar hasta Juliá, quien finalmente cayó dos años después pero por el narcojet en España.
En indagatoria, Uriburu siempre negó que Juliá tuviera participación alguna en el secuestro de Tallone. Sin embargo, el auto Gol en el que los rosarinos se llevaron a la víctima era de Juliá y el TelePase, de Uriburu. Y aunque parezca increíble, ese vehículo, antes o después, estuvo en manos de Fabián Sturm Jardón, el uruguayo asesinado por la espalda la noche del 12 de diciembre en Recoleta, quien estaba prófugo por el crimen de su socio, el también uruguayo Marcelo González Algerini, quien a su vez estaba prófugo por la incautación de 783 kilos de cocaína en Caviahue, Neuquén.
Tallone también tenía relación con narcotraficantes uruguayos. Por caso, uno de ellos fue arrestado el 2 de noviembre por pretender cruzar a Fray Bentos con 42 kilos de cocaína con el sticker de Red Bull. Y en las horas previas al secuestro, desayunó con un colombiano alguna vez investigado por sus conexiones con el clan Meyendorff y con un argentino condenado por la ruta de la efedrina.
La víctima buscaba hacerse un nombre en el mundo del narcotráfico. Los Monos no lo dejaron. Y por el bajomundo esparcieron un rumor escalofriante: que no lo busquen más, que su cuerpo se lo dieron a los chanchos.
Algunos quieren creer que lo dijeron en sentido figurado por la cabeza del animal que los barras de Newell’s le tiraron a la familia de Di María.
Otros dicen que es verdad.
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