Hay que hacer algo por los rosarinos y por los santafesinos porque son argentinos
-¿Qué? ¿Querés ver chorros, vos? Vení. Aquellos dos esperando a alguno con el maletín del lado de la calle. Aquel está marcando puntos para una salidera. Están ahí, pero no los ves. Bueno, de eso se trata. Están, pero no están. Así que cuidá el maletín, la valija, la puerta, la ventana, el auto. Cuidá los ahorros. Cuidá el culo. Porque están ahí y van a estar siempre.
-Chorros.
-No, eso es para la gilada. Son descuidistas, culateros, abanicadores, gallos ciegos, biromistas, mecheras, garfios, pungas, boqueteros, escruchantes, arrebatadores, mostaceros, lanzas, bagalleros, pesqueros, filos. Bueno, tengo hambre, ¿vamos a comer algo a mi oficina?
Nueve reinas, la película escrita y dirigida por Fabián Bielinsky, se estrenó el 31 de agosto del 2000. Como demuestra esa exquisita escena entre Ricardo Darín y Gastón Pauls, en esa época, los narcotraficantes no tenían lugar en el imaginario colectivo argentino. Los delincuentes tradicionales, incluso, los consideraban lo peor del hampa. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, se convirtieron en los dueños del mundo marginal, dentro y fuera de las cárceles.
Rosario es testigo involuntaria. Y ahora que la ciudad tiene la atención de todo el país, a partir del cartel contra la familia de Lionel Messi -el rosarino más famoso del mundo-, el crimen de Máximo Gerez, de solo 12 años, y el «han ganado los narcos» del ministro de Seguridad Aníbal Fernández, es un momento oportuno para explicar algunas cosas elementales del narcotráfico.
Aunque a grosso modo a todo lo relacionado a esto se le dice así, una cosa es el narcotráfico y otra es el narcomenudeo, dos etapas del negocio, conectadas, pero distintas y, por eso mismo, con diferentes dinámicas, tanto en la comercialización de las drogas como en el ejercicio de la violencia, que no es otra cosa que la manera en la que miembros de las organizaciones buscan posicionarse en el negocio.
El narcotráfico propiamente dicho es el tráfico a gran escala. Por toneladas. Desde los países productores hacia los países consumidores. Históricamente, la Argentina fue un país de tránsito en el que las organizaciones narcocriminales colombianas y mexicanas aprovechaban la combinación de controles laxos, el volumen del comercio internacional y la conexión global para «coronar» los cargamentos en Europa y México, escala hacia Estados Unidos. La logística para esa triangulación la han llevado adelante, generalmente, clanes familiares.
El narcomenudeo, en cambio, es la venta de la droga lo más estirada posible -para maximizar las ganancias-, fraccionada y empaquetada lista para consumir en diversos puntos, desde casas tomadas pegadas a escuelas en las grandes ciudades así como búnkers en villas de emergencia. Allí aparecen los transas, esquineros, fierreros, pilotos o los nombres que se le quieran dar a los diversos roles para garantizar la venta al consumidor final.
De un tiempo a esta parte, las bandas dedicadas al narcotráfico comenzaron a alimentar a las del narcomenudeo porque las organizaciones internacionales en vez de pagarles en efectivo por la logística lo empezaron a hacer con parte del cargamento a «coronar» o bien porque ya habían entrado en contacto con los proveedores al mayoreo.
Pero cada uno tiene su dinámica y su violencia. Ahora mismo, por ejemplo, un clan serbio mantiene secuestrado al neerlandés Mohamed Azzaoui, alias «Calavera», en Amberes, Bélgica. Resulta que el clan serbio compró 1200 kilos de cocaína en Brasil. La bajada en el puerto belga la dejó en manos, precisamente, de Azzaoui a cambio de 200 kilos. «Calavera» la cagó: subcontrató a «Rey», que se quedó con todo el cargamento. Como publicó Crime Site, los serbios tienen retenido al traicionado hasta que el traidor devuelva lo robado.
En el narcotráfico internacional, la muerte no siempre es la primera opción: como publicó Encripdata, el español-marroquí Sofian Ahmed Barrak, alias «Zocato», le dio dos oportunidades de pagar lo que debía a su socio, el español David Ávila Ramos, alias «Maradona», antes de mandar a matarlo porque el muerto se lleva la deuda a la tumba. Y eso fue lo que ocurrió el 12 de mayo de 2018 en San Pedro Alcántara, Costa del Sol española.
En el narcomenudeo, en cambio, la muerte es moneda de cambio. Para posicionarse en el territorio. Para que los puntos de venta tengan nombre y apellido. Como en Los Pumitas, en el norte de Rosario, donde vivía el pequeño Gerez con su familia, víctima de una balacera cometida por un grupo que buscaba atentar no contra él sino contra la banda del «Salteño», que desde la cárcel de Piñero controlaba la venta de drogas en esas cuadras de la ciudad.
Además de distinguir el narcotráfico del narcomenudeo, también es importante diferenciar un búnker de otras formas. Esto es, básicamente, una pequeña construcción en la que solo destaca una pequeña ventana donde el consumidor y el transa intercambian la plata por la droga. Una construcción que tiene dormitorios, cocina, materiales de construcción para levantar un segundo piso y hasta ositos de peluche, no es un búnker. Era la casa del transa, de la familia de los «Salteños», luego saqueada y destruida por familiares, amigos y vecinos del pequeño Gerez. La diferencia no es menor: dimensiona lo que se animaron a hacer familiares, amigos y vecinos del pequeño Gerez, ni más ni menos que destruir la casa de los «Salteños», y a la vez representa la connivencia estatal en su máxima expresión, la impunidad con la que esos transas vendían droga en el mismo lugar donde vivían.
A diferencia de los delincuentes tradicionales, que están, pero no están -«así que cuidá el maletín»-, los transas están a la vista de todos porque tienen quién los cuide.
El de Gerez tiene la mayoría de las características del típico crimen en el departamento de Rosario. Según el informe anual sobre homicidios del Observatorio de Seguridad Pública de Santa Fe, de los 287 homicidios dolosos registrados en el 2022 -récord histórico de la jurisdicción, que llevó la tasa a 22% cada 100 mil habitantes-, el 89% fue cometido con arma de fuego; el 77% de las víctimas fueron hombres; el 20% tenía hasta 19 años y el 37%, entre 20 y 29 años; el 75% ocurrió en la vía pública; el 74% en horario nocturno (entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana).
Las mujeres, que en 2014 representaban el 5% de las víctimas y entre 2015 y 2021 promedieron el 10%, llegaron al 22% el último año.
El 72% estuvo vinculado al crimen organizado y solo el 4% al robo; el 75% fue planificado; el 50% fue por pacto previo; el 90% de las víctimas fueron el objetivo del ataque.
En otras palabras: las autoridades de Santa Fe conocen las bandas que se disputan el territorio, la modalidad de los ataques y las zonas, los horarios y los objetivos a ajustar cuentas, pero, aún así, los muertos se apilan en las calles de Rosario.
Y, extrañamente o no tanto, no hay noticias de enfrentamientos entre las fuerzas provinciales o federales y los sicarios o tiratiros, no hay persecuciones, no hay siquiera seguimiento a los que en bicicleta hicieron lo que quisieron en la puerta del supermercado de los Messi Roccuzzo. En Rosario, los policías no caen en cumplimiento del deber sino que no arrestados por manchar el uniforme.
Pero los narcos no han ganado. Porque nadie les hizo partido. La solución no es arrestar al transa del barrio mientras un clan «bombardea» cocaína en las provincias del norte. O viceversa. Hay que hacer las dos cosas a la vez. Por muchos años. Y cortar el flujo de dinero de cada día, que son los puntos de venta. Investigar a los empresarios, financistas, abogados que colaboran en el lavado de los millones. Y dejar de compartir el control de las cárceles con los pesos pesados para que no sigan con el negocio desde sus celdas.
El informe no lo dice porque las investigaciones judiciales llevan su tiempo, pero de las «escuchas» telefónicas de cualquier expediente se desprende que cada vez más crímenes -así como balaceras a edificios públicos, extorsiones y mensajes intimidatorios- se ordenan desde adentro.
Si hasta entre los narcos detenidos se llamaban para intentar alcanzar una tregua en el territorio. Así se lo pidió Ariel Máximo Cantero, alias «Guille», líder de los Monos, a su amigo Leandro Vinardi, alias «Pollo», aunque se trataban de «Moncho» y «Monchito» indistintamente.
-Hola.
-‘Moncho’, ¿qué pasó? Hay quilombo de vuelta, ‘Moncho’.
-Recién estuvo el allanamiento acá.
-¿Qué pasó, ‘Monchito’?
-Qué sé yo, nada, boludo, ya está.
-¿Pero qué? ¿A vos era? ¿O a quién?
-Sí, para nosotros, ‘Moncho’.
-Pero nadie en especial con un papel.
-No, no, no, con un papel especial, no, ‘Moncho’.
-Pero, por eso, una cosa es que vayan… yo recién llamé a un muchacho, me dijo que le habían pegado a uno en la cancha nada más; ¿y cuándo paso?, ‘recién’, me dice, ‘¿cómo recién?’, le digo.
-No, anoche pasó, anoche, no sé quién era, supuestamente dejaron un cartel, que era yo, ahí, en la comisaría de Galvez, en todos lados.
-El tema, ‘Monchito’, que ya te dije, vos tenes que buscarte más amigos, ‘Monchito’, igual.
-No, ‘Moncho’, yo no necesito más amigos, el tema es que vos lo apañas a todos ellos, ‘Moncho’, no es así.
-Pero, ‘Monchito’, yo nunca los apañé.
-Yo siempre fui tu amigo, yo cuando tuve que poner el pecho, yo lo hice, ‘Moncho’, ellos no hicieron nada por vos, está bien, todo lo que vos quieras, ellos son millonarios y yo no tengo un mango, pero no pasa nada.
-Pero, Monchito, ya te dije, ya te dije, no te empeces a enojar porque te enojas…
-No me enojo, ‘Moncho’, si yo no hago nada, yo no me enojo, yo simplemente es que no tengo la posibilidad de decirte las cosas en la cara, te las tengo que decir por acá, ‘Moncho’, ellos tienen plata, está bien, todo lo que vos quieras, si vale más eso que otra cosa, está bien, yo lo acepto, ‘Moncho’, si yo no me voy a poner a pelear ni con vos ni con nadie.
-Pero, ‘Monchito’, vos quedate tranquilo que nunca nos van a sacar eso con plata, boludo.
-Pero, ‘Moncho’, no es eso, es que lo mismo que te hicieron a vos nos van a hacer a todos nosotros, ‘Moncho’, y todo porque estamos apañando a estos giles que no sirven para nada, ‘Moncho’, no tienen código, nada, ‘Moncho’, vos ya sabes que es así.
-El tema que no sabemos quién es, ‘Monchito’.
-No seas malo, si ya sabes, son tres personas, ‘Moncho’, son tres, ‘Moncho’.
-Pero tres personas no te pueden hacer todo eso, eso es lo yo que te estoy diciendo a vos, ‘Monchito’, que vos tenes más gente infiltrada que no te quiere a vos, que están todos al lado tuyo, eso es lo que yo quiero que te des cuenta.
-Pero, ‘Moncho’, ¿quiénes son los que arrancaron con esto?
-Pero ya te dije, ‘Monchito’, pero está bien que arrancaron ellos, pero es imposible que ponele que ahora haya ido Nico y que te pase todo esto, boludo, ¿me entendés? Vos tenés más gente más infiltrada cerca de ti.
-Igual no pasa nada.
-Que yo lo que quiero que te des cuenta, boludo.
-Puede ser, ‘Moncho’.
-Porque no me pasa porque yo, ya te dije, no confío más en ninguno.
-No confio en nadie, no me meto con nadie, no hablo con nadie, no busco aliados, no hago nada, ‘Moncho’, y vos sabes, el entorno es de nosotros, ‘Moncho’, son cercano a nosotros, vos vas a querer convencerme, vas a querer despistarme.
Esa noche, los grupos que conforman los Monos cruzaron un nuevo límite: usaron la vida y el cuerpo de un músico que nada tenía que ver con la venta de drogas en la ciudad para mandar un mensaje. A Lorenzo Altamirano lo secuestraron, lo subieron a un auto, lo bajaron en la puerta de la cancha de Newell’s y lo ejecutaron.
Antes de irse, sobre el cuerpo de la víctima, los asesinos dejaron un cartel: «Damian Escobar y Leandro Vinardi. Gerardo Gomes! Dejen de sacar chicos del club para tirar tiro en Rosario (sic)».
Aquella charla entre el líder de los Monos y «Pollo» Vinardi pudo ser seguida gracias a que un juez ordenó la intervención del teléfono. Pero no era un celular, era un teléfono fijo que el Servicio Penitenciario Federal (SPF) había instalado frente a la celda 2714 de la cárcel de Marcos Paz. Esa celda era la única ocupada de todo el pabellón 7 de la Unidad Residencial II como medida de seguridad para aislar a un interno problemático del resto de la población carcelaria. Esa celda era la de «Guille» Cantero.
Por si no se entendió: el SPF puso un teléfono fijo justo frente a la única celda habitada de todo el pabellón.
La interventora María Laura Garrigos nunca explicó por qué el SPF hizo semejante cosa.