La Corte dejó firme el fallo contra «Gitano» Pose, el primer espía de la DEA condenado en la Argentina
A punto de cumplirse 21 años la Operación Flor de Acero, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por fin, dejó firme el fallo contra Julio César Pose, alias «Gitano», el primer espía de la DEA de los Estados Unidos (Drug Enforcement Administration) sentenciado en la Argentina a 4 años de prisión por narcotráfico.
Los ministros de la Corte, Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz, Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti, desestimaron el planteo de la defensa de Pose por una cuestión formal: no cumplieron con el recaudo previsto en el artículo 7, inciso c, de la Acordada 4/2007, es decir, no adjuntaron una copia del escrito de contestación del traslado, según pudo saber Encripdata.
Todo se precipitó el 31 de diciembre de 2003, al mediodía, cuando los gendarmes aparecieron de la nada justo cuando Julio Testa estaba por pagar 31 kilos de cocaína y 12 kilos de pasta base en una de las plazas de la avenida Figueroa Alcorta, a metros de la Floralis Genérica, la escultura metálica con sistema eléctrico que abre y cierra sus pétalos de acuerdo a la hora del día. De allí el nombre del operativo: Flor de Acero. Así, arrestaron a los vendedores, Freddy Marcelo Ríos, Virginio Raúl Valdez y Carlos Alberto Cogno.
Al comprador, en cambio, dejaron que se fuera caminando, cruzó la calle, llegó a Rond Point, histórico café frecuentado por empresarios, políticos y poderosos, y se subió al BMW en el que lo estaban esperando otros dos hombres.
Testa era Pose.
En el auto estaba Abraham Tenembaum, que saltó a la fama como «René Tenenbaum» o «el campeón israelí» en Titanes en el Ring, el mítico programa de lucha libre creado por Martín Karadagian, que marcó la televisión entre los años sesenta y los ochenta y con el que recorrió América Latina, cobertura ideal para lo que era su otro trabajo: informante de la DEA.
El otro era Arthur Staples, uno de los agentes de la DEA en el país, encargado de la operación y, como tal, jefe de Pose y Tenembaum.
Con el procedimiento de rigor delegado en la Gendarmería, los tres se fueron a la Embajada de los Estados Unidos a festejar el éxito de la «entrega controlada» y el fin de año.
Pero una persona esperaba, esperaba su parte, y se desesperaba por las vueltas que le daban. Era Ramón Ceferino Mendoza, excabo primero del Ejército y fuente de la disuelta Dirección de Terrorismo y Contraproliferación de la Secretaría de Inteligencia (SIDE) hasta principios del 2002.
Sin respuesta, el 14 de febrero de 2004 mandó cartas a todos lados: el Ministerio de Justicia, la SIDE, la DEA y la Embajada de los Estados Unidos. Reclamaba el puesto que Pose le había prometido por colaborar con la operación.
En «la Casa», Antonio Horacio Stiuso, alias «Jaime», director general de Operaciones, abrió un sumario administrativo y concluyó que «la Secretaría» era ajena a lo denunciado.
La versión de Mendoza, diseminada por todas partes, de alguna manera llegó a oídos del juez federal Claudio Bonadio. El relato del exsoldado no encajaba con lo informado por el comandante principal Oscar Aranda, de la Gendarmería, para que el magistrado autorizara la «entrega controlada».
Según Aranda, el agente especial Staples le envió el 30 de diciembre de 2003 una nota de la DEA para informar el estado de situación: «En el día de ayer, diciembre 29, hemos recibido información donde se nos comunica que entre el día de hoy, 30 de diciembre, y el día de mañana diciembre 31, estaría por negociar unos 30 kilos de cocaína, el lugar sería alrededor del Canal 7 de la televisión o cerca de la flor metálica que abre y cierra».
Al indagar a los detenidos, el juez Bonadio comprobó que Mendoza decía la verdad: él y Pose habían viajado varias veces desde agosto a Salta y, después de muchas idas y vueltas, en las que aquellos rechazaban el trabajo por la desconfianza que les despertaba «Testa», finalmente los convencieron de trasladar la droga a finales de diciembre hacia Buenos Aires.
Si, como informó la Gendarmería, la DEA recibió los detalles de la operación en curso recién el 29 de diciembre, todo lo anterior, como la agencia estadounidense no podía operar en territorio argentino y como la SIDE decía no tener nada que ver, era ilegal. Y si era ilegal, los espías estaban en serios problemas.
Eso pensó el magistrado: ordenó la captura de Pose y Mendoza, pero no avanzó hacia Staples y Tenembaum. Al exsoldado lo detuvieron pronto. Ya en la cárcel, intentó una y otra vez hablar con el ministro de Justicia, Gustavo Béliz.
Pose, en cambio, no estaba dispuesto a entregarse. Quería que la DEA intercediera por él. El 17 de febrero de 2004, le mandaron una promesa por mail:
Asunto: soy tito
Estamos tratando de arreglar tu problema, no te muevas hasta que te digan abandonar.
«Tito» era Tenembaum, el otro espía de la DEA.
Un mes después, sin novedades, le mandó otro mensaje a otra cuenta para pedirle un poco más de tiempo:
Asunto: las casillas
Mario, tenés que tener un poco de paciencia, el abogado te mandó ayer un e-mail, pero es evidente que no lo recibiste. Él se está moviendo en la dirección que corresponde y es un muy buen profesional y además es amigo mío.
El 5 de mayo de 2004, los detectives arrestaron a Pose en San Martín.
Acorralado, el espía jugó fuerte en la indagatoria: hizo un repaso de su carrera en el mundo de la Inteligencia, desde casos de narcotráfico hasta el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), y mencionó a muchísimos contactos, con nombre, apellido y alias, para intentar convencer al magistrado de que lo suyo en Salta simplemente fue un trabajo encubierto más coordinado con el agente especial Staples y Guillermo González.
González fue comisario de la Policía Bonaerense hasta finales de los años noventa. A la DEA le gustaba su perfil: lo contrató y le encomendó las relaciones con jueces, fiscales, abogados, funcionarios y fuerzas federales y provinciales.
El jefe de la DEA en Argentina, Anthony Greco Jr, le informó al juez que Pose era uno de los suyos, pero no explicó por qué desde agosto llevaba adelante una investigación por su cuenta si, según Gendarmería, recién el 29 de diciembre se enteró del plan de Cogno. Por qué fueron detrás de esos narcotraficantes si otro magistrado ya los estaba investigando; cómo hicieron para llegar a la Floralis Genérica en un Ford Escort destartalado sin que las fuerzas federales los pararan en algún control vehicular de los 1500 kilómetros que separan Salta de la Ciudad de Buenos Aires; y por qué pusieron tanto empeño en una «entrega controlada» de 31 kilos de cocaína de muy baja pureza –entre 18 y 21 por ciento cada «ladrillo»–.
En fin, por qué la agencia estadounidense operó en territorio argentino si no existía convenio que la autorizara.
Nada tenía sentido.
Cogno, el traficante instigado, le dio una pista al juez: el objetivo era «plantar» el auto con la droga en el estacionamiento del Congreso para desprestigiar a los diputados y senadores o incluso al gobierno de Néstor Kirchner, que llevaba solo siete meses en el poder.
Bonadio le dictó la falta de mérito a Pose: no lo procesó porque consideró que las pruebas eran insuficientes, pero tampoco lo sobreseyó porque aún tenía sospechas. Sin embargo, los camaristas consideraron contundente lo descubierto como para que se sentara en el banquillo de los acusados por tenencia con fines de comercialización y transporte de estupefacientes.
Sobre la pista del Congreso como blanco de la operación encubierta, el juez prefirió no profundizar. Mejor era no empeorar las cosas con la Embajada, donde gustaba de ser invitado a las celebraciones por las fiestas patrias estadounidenses.
Un tribunal condenó rápido a Cogno y compañía a 5 años y 6 meses de prisión, pero el juicio a Pose y Mendoza tardaría dos décadas en celebrarse. Una eternidad.
Todo ese tiempo el espía lo pasó en libertad, aunque con la prohibición de salir del país.
En ese contexto, el jefe de la DEA en Argentina le dio una tarea: infiltrarse en la «ruta de la efedrina». Así, en el 2007, «Gitano» conoció a alguien que tenía más problemas que él: Sebastián Forza. Para ganarse la confianza, se ofreció como intermediario frente a sus acreedores. Uno era Ibar Esteban Pérez Corradi. En la DEA ya lo tenían marcado: desde el 20 de junio, la fiscalía de Maine lo investigaba por traficar pastillas de oxicodona hacia Estados Unidos.
El 7 de agosto de 2008, a Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina los engañaron, secuestraron y ejecutaron. Los asesinos guardaron los cadáveres en un lugar frío para conservarlos en buen estado. Aunque el rastro de las víctimas se perdió en Quilmes, recién el 13 plantaron los cuerpos en un zanjón de General Rodríguez.
Un tribunal condenó en el 2012 a los hermanos Martín Lanatta y Cristian Lanatta y los hermanos Víctor Schillaci y Marcelo Schillaci a prisión perpetua, pero no como autores materiales sino como partícipes necesarios.
Pero la Justicia nunca pudo determinar quiénes apretaron el gatillo, por qué plantaron los cadáveres en General Rodríguez si los secuestraron en Quilmes, quién era “la Morsa” y quién dio la orden de matar a Forza, Ferrón y Bina. Quién fue el autor intelectual del triple crimen que sacudió a la Argentina.
El autor de esta nota y Diego Ferrón, hermano de una de las víctimas, publicaron Operación Crystal, el libro definitivo sobre el triple crimen de General Rodríguez, la SIDE y la DEA, donde les dieron la posibilidad de contestar preguntas al «Gitano» Pose, agentes especiales, la agencia y la Embajada de los Estados Unidos como derecho a réplica.
De regreso a la Operación Flor de Acero, desde que Casación confirmó el fallo, el 16 de diciembre de 2022, el primer espía de la DEA condenado en la Argentina cumple la pena en su casa, monitoreado con tobillera electrónica. Ahora, la Corte le puso punto final a esta parte de la historia.
Eso sí: Pose tiene un permiso especial para salir a caminar una hora por el barrio.
Por prescripción médica.
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