Puerto Quijarro

Sebastián Marset, fundador del Primer Cártel Uruguayo (PCU). Crédito. Archivo.
Dos años, cinco meses y ocho días después, inciertos investigadores descubrieron su paradero en Bolivia, pero las cosas no salieron bien: por un intercambio de disparos, terminó muerto en Puerto Quijarro y ninguno supo explicar por qué su cuerpo quedó del otro lado de la fronterra, en Brasil. Eso decía el rumor que se esparció en las últimas horas por esos países, por Argentina, Uruguay y Paraguay. Su protagonista era Sebastián Marset.
Uruguayo, de 33 años, se dio el gusto de jugar al fútbol de manera profesional. Aunque con otro nombre, llevó la 10 en Deportivo Capiatá, de Paraguay, y lució la 23, por su ídolo David Beckham, en Los Leones El Torno FC, de la liga regional de Santa Cruz de la Sierra.
Dicen quienes lo vieron jugar que tendría que haber elegido otro número, menos pretencioso, pero que las infraestructuras de ambos clubes crecieron como nunca antes. En cambio, fuera de las canchas, después de tres malas experiencias en una cárcel de su país, otra en Bolivia y una más en Dubai, mejoró notablemente su habilidad para escapar de sus otros rivales: las policías de medio continente.
Su nombre, el real, empezó a llenar las páginas de los diarios por su verdadera profesión: narcotraficante. Especialmente, desde el 22 de febrero de 2022, cuando el fiscal Marcelo Pecci, de Paraguay, activó el Operativo A Ultranza Py en colaboración con el Ministerio del Interior de Uruguay, la DEA de los Estados Unidos y la Oficina Europea de Policía (Europol).
El fiscal Pecci pudo vincular a Marset, fundador del Primer Cártel Uruguayo (PCU), y a su socio local, Miguel Ángel Insfrán, alias «Tío Rico» -con llegada a la política-, con 16 toneladas de cocaína en la ruta entre la Hidrovía paraguaya y los puertos de Amberes, en Bélgica, y de Róterdam, en Países Bajos. Eran varios cargamentos, todos en un año.
Tres meses después, el 10 de mayo de 2022, mientras el fiscal Pecci disfrutaba de su luna de miel, un grupo comando lo ejecutó delante de su flamante esposa en Barú, una isla de la Colombia caribeña -con un video que se viralizó en minutos y que aún hoy impresiona por la velocidad del golpe-.
La investigación también fue rápida. Un tribunal condenó ese mismo año a cinco personas, con diferentes roles en el crimen por encargo. Francisco Luis Correa Galeano, articulador entre los autores intelectuales y los autores materiales, declaró como arrepentido a cambio de una morigeración de la pena. Entonces, las autoridades empezaron a analizar si Marset fue quien ordenó el asesinato del fiscal.
A finales del 2023, Patricia Martín, del programa Santo y Seña, se convirtió en la primera periodista en entrevistar en un lugar no determinado a Marset. «No tengo ni un 0,1% que ver en eso. No conocía a Marcelo Pecci. Lo conocí cuando lo vi en la tele. Me parece que ahí le erraron feo, por eso salí a defenderme. No hay nada contra mí en ese caso», contestó. Después, dijo lo sabido, lo mismo que dicen todos, que mientras haya políticos corruptos, habrá narcotráfico para rato.
El 3 de enero de este año, un compañero de celda mató a Correa Galeano en La Picota, Bogotá. Un allegado acercó a las autoridades un cuaderno que, dijo, era del arrepentido acuchillado. Como reveló El Colombiano, el anotador estaba lleno de información sobre contactos del crimen organizado -nombres, apodos, direcciones, teléfonos-, principalmente de La Oficina de Envigado y sus grupos menores, como La Terraza, Los Paisas -del que era parte- y Los Caparros.
Entre tantas menciones, dos llaman la atención: uno era «Tío Tío», que podría hacer referencia a Insfrán, alias «Tío Rico», y el otro, directamente, «señor Marset, ‘El Uruguayo'», ambos perjudicados, precisamente, por el fiscal Pecci y el Operativo A Ultranza Py.
En estas horas, el rumor sobre Puerto Quijarro no solo llegó a este medio sino también a autoridades de la Argentina e investigadores de otros países. Incluso, a un hombre de confianza de Marset, que afirmó ante Encripdata que es «completamente falso» la versión sobre la muerte del narcotraficante uruguayo.
Es raro: Marset podría haberlo aprovechado para que las policías de cada vez más países dejen de buscarlo. Muchos narcotraficantes, menores e importantes, han pagado por un certificado de su falsa defunción. Familiares, incluso, han floreado lápidas en su nombre.
Pero no Marset, él le escapa a la tumba.
Y también a los rumores.
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