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Un paso adelante

Autos, lavado y criptos, la vida de "Lechuga" Pérez Algaba

Autos, lavado y criptos, la vida de Pérez Algaba. Crédito: Instagram.

A Fernando Pérez Algaba no lo mató así nomás. El asesino fue frío. Sabía cómo actuar. Se paró detrás, a más de 50 centímetros de distancia. Realizó dos disparos. Uno y enseguida otro. Fueron quirúrgicos. Directo a los pulmones. De atrás hacia adelante. De abajo hacia arriba. De izquierda levemente a derecha. La cavidad pleural se llenó de sangre. Murió en el acto.

De la operación de autopsia, a la que accedió Encripdata, se desprende que «Lechuga», como lo llamaban sus amigos, no tenía lesiones de defensa ni de ataque, pero tampoco marcas -cianosis- en las muñecas y tobillos compatibles con sujección o ataduras. Medía 1,82 centímetros. Por la altura y la trayectoria de los disparos, la posición del asesino frente a la víctima podría esconder algo.

El asesino no solo se preparó para matar a la víctima sino también para disponer del cuerpo. No tardó en desmembrarlo. Ni siquiera lo desvistió. Le dejó las zapatillas, las medias, el boxer, el pantalón, el buzo y la campera. Las extremidades y la cabeza cortadas no tenían infiltrado hemorrágico. Acto seguido, guardó las seis partes en bolsas. Por eso, solo la región lateral izquierda anterior y posterior del tronco presentó livideces aunque tenues.

Aunque la idea de descuartizar un cuerpo provoca horror, una posibilidad es que lo haya hecho para mandar un mensaje y/o para facilitar el traslado de los restos. Planificado, el lugar elegido para descartar las partes pudo haber sido por el conocimiento de la zona y/o para adjudicárselo a un tercero. Algo está claro: el asesino no solo lo fue a matar sino también a garantizar su impunidad.

Vecinos de Ingeniero Budge encontraron los restos el 23 de julio en el arroyo El Rey. Estaban en una valija roja y en una mochila azul con el logo de la Municipalidad de Lomas de Zamora. Estuvieron varios días allí: por eso la piel se encontraba macerada, especialmente en las palmas de las manos y las plantas de los pies.

«Lechuga» no era el trader más famoso del país ni influencer. Hasta el año pasado tuvo una agencia de autos en Ramos Mejía. Y por ese negocio, ahora mismo estaba bajo investigación de la Policía Bonaerense, según los documentos a los que accedió Encripdata.

En Hummer Motors, la agencia de autos, fue socio de Julio Michel Katzman. El 8 de julio del 2022 firmaron el alquiler del local de avenida Rivadavia 13.496, Ramos Mejía, por 26 meses por 742 mil pesos.

Dos meses después, por orden del juez federal de Morón, Jorge Rodríguez, la Bonaerense arrestó a Katzman, alias «Junior», por narcotráfico. En los 30 allanamientos incautaron de todo: 25 kilos de marihuana, 2,3 kilos de cocaína, 3729 pastillas de éxtasis, 3 gramos de tuci y 500 gramos de cafeína. También 5,9 millones de pesos, 78 mil dólares, 3300 euros, dos máquina de contar billetes, cuatro cajas de seguridad, un Porsche, un Audi Q5, un BMW M4 y hasta una avioneta Piper PA-23-250 Aztec.

El líder de la organización narcocriminal también cayó: era Esteban Fernando Tulli, alias «Zapatero». Le decían así porque administraba una fábrica de zapatos en avenida Boulogne Sur Mer 228, La Tablada. En la empresa había una especie de polígono de tiro.

En una inspección, los investigadores confirmaron que Pérez Algaba frecuentaba a Tulli. Algunos, incluso, lo relacionaron con su hija. «Zapatero» ganaba millones de pesos con el narcomenudeo. Y ya no sabía cómo hacer para blanquearlos. «Lechuga» lo tentó con el mundo cripto. De hecho, en la fábrica tenía ocho equipos raid para minar criptomonedas. Pero algo pasó. El negocio no fue lo que esperaban. «Ni siquiera se acordaban las contraseñas», confió una fuente a Encripdata. Encima, el Bitcoin, luego de alcanzar el récord de 64 mil dólares en noviembre del 2021, se desplomó. Y así como cayó a la mitad de su pico histórico, arrastró a las demás.

Al confirmar los procesamientos de Tulli, Katzman y compañía, los jueces de la Sala II de la Cámara Federal de San Martín, Alberto Lugones y Néstor Barral, ordenaron investigar el origen de los fondos de la organización narcocriminal: «Deviene necesaria la adopción de urgentes medidas a los fines de identificar y avanzar respecto de personas que habían sido indicadas a lo largo de la pesquisa». Uno de ellos era, justamente, la víctima. La resolución fue firmada el 23 de junio de este año.

Incluso, durante la indagatoria, las autoridades interrogaron a los ahora procesados sobre Pérez Algaba. Katzman reconoció su sociedad comercial. Tulli, en cambio, negó conocerlo.

Sin embargo, de la zapatería, los detectives obtuvieron una captura de pantalla. Era un posteo borrado de «Lechuga» en Facebook.

En la publicación, a la que accedió Encripdata, Pérez Algaba descargaba su bronca contra sus examigos: «Hola, bueno, voy a escribir lo que pienso de cada uno de los que dicen ser mis amigos de siempre. Seguramente de lo que voy a escribir ahora algunos se hagan los desentendidos. Lo primero es lo falso que son entre ustedes y conmigo, hablan mal de ustedes mismos y se juntan en una mesa todo los días a comer».

«Se juntan en Kansas para hablar mal de mí jajajaja todos se conocieron por mí. Todos. Ahora, contame, ¿cuándo fui atrás de lo que hicieron ustedes? Vendo autos, venden autos. Presto plata, prestan Plata. Compro muebles, compran muebles. Pongo call center, quieren poner call center jaja son hermosos. La verdad increíble. Dejen de hablar. Porque si quiero ser malo, puedo ser muy malo, ¿ok? Muy malo. Sé mucho de cada uno de ustedes, sé todo, los arruinaría en nada. Pero, sin embargo, sigo siendo leal».

En esas líneas, «Lechuga» dejó entrever que estaba mal financieramente: prestaba plata, pero también debía y ya no le cobraban el 3 o 4 por ciento de interés, llegó a pagar 10 por ciento por mes en dólares. Más temprano que tarde, eso solo lo podía llevar a la ruina.

El final de la publicación luego eliminada era premonitoria: «Yo ya me pudrí, ahora voy a priorizar mi salud, y si alguien quiere hacerme algún daño moral o corporal o lo que sea, esta vez estoy preparado, ¿ok? Me pudrieron».

En ese descargo, Pérez Algaba nunca habló de Gustavo Iglesias, alias «Chupa», el barrabrava de Boca que lo amenazó en julio de este año. Se trata de una conversación telefónica que «Lechuga» grabó y que el integrante de «La 12» sabía que lo estaba grabando.

En los 46 minutos y 28 segundos que duró la discusión, Iglesias le dejó varias cosas en claro: que el problema ya no era por la plata que le debía a su hijo sino por lo que eso provocó en su familia; que hacía tareas de inteligencia para ubicarlo desde que se enteró de su vuelta al país; y que cuando llegara ese día, lo mandaría al hospital con sus propias manos.

«Recién te me escapaste por cinco minutos. En breve nos vemos, y ahí vas a conocer al verdadero Gustavo Iglesias», prometía el barra.

No está claro cómo llegó la conversación a los medios. Pudo ser para orientar la investigación o desviarla. Por eso es importante saber quién la filtró.

Del que sí habló en Facebook fue de su examigo Nahuel o «Nahuelito». Desde principios de año tuvieron amenazas y denuncias cruzadas. De nuevo, por plata. Nahuel Vargas le debía 75 mil dólares. Maximiliano Pilepich, otro tanto. Según declararon ante el fiscal Marcelo Domínguez, Vargas y Pilepich se juntaron dos veces con Pérez Algaba desde su regreso intempestivo de España el 13 de julio. La primera vez, en una escribanía de Castelar para devolverle la mitad.

Vargas conocía a Iglesias. En la discusión grabada, «Lechuga» consideraba traidor a «Nahuelito» por haberse ido al lado del barra por pura conveniencia. Ante el fiscal, Iglesias reconoció la pelea.

El segundo encuentro fue el 18 de julio en un descampado de General Rodríguez. «Lechuga» arribó a bordo de una Land Rover Evoque de Pilepich, pero acompañado por Vargas. Pilepich no dijo cómo llegó hasta ahí. En ese lugar le entregaron los últimos 75 mil dólares. Entonces, Pérez Algaba les devolvió la camioneta blanca. Siempre según el relato de los dos, «Lechuga» se quedó solo, en el descampado, con el dinero y a la espera de que un amigo lo buscara.

Esa fue la última vez que alguien dijo verlo con vida y con su perro.

Uno de sus celulares impactó por última vez ese día en esa localidad.

De regreso a los resultados de la autopsia, los peritos forenses del Departamento Judicial de Lomas de Zamora determinaron que la data de muerte habría sido entre «5 a 7 días antes» de la autopsia, es decir, precisamente entre el 18 y el 20 de julio.

El 19 de julio, «Lechuga» debía entregar el departamento alquilado en Ituzaingó a través de Airbnb. Como no lo hizo, la propietaria hizo la denuncia por paradero. Eso aceleró la búsqueda y el hallazgo de sus restos el 23 de julio en un arroyo de Lomas de Zamora.

Alrededor de 50 kilómetros separan General Rodríguez y Lomas de Zamora. Esa distancia podría ser directamente proporcional al poder de quien quiso muerto a «Lechuga».

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