Encripdata

El hilo invisible entre el crimen y el poder

La pista de la banda del «Gordo» Valor en el ajuste de cuentas entre Pacheco y «Alicho» que terminó con un policía muerto

El policía que quería matar para el "Rengo" Pacheco

El policía que quería matar para el "Rengo" Pacheco. Crédito: Encripdata.

Tal vez no tengan la chapa de Ariel «Guille» Cantero, tal vez no conserven poder como el líder de «Los Monos» para tener un teléfono fijo en su celda, con el cual habría ordenado el último ataque a tiros al Centro de Justicia Penal de Rosario, pero Encripdata pudo saber que los presos de esta historia tuvieron acceso sin control a teléfonos públicos o celulares en las cárceles de Ezeiza, Tandil, Olmos y Devoto para triangular las llamadas que terminaron el 20 de julio con el crimen de Ricardo Ariel González, el policía que quería cobrar una millonaria recompensa, la ofrecida por Javier Alejandro Pacheco, alias «Rengo», justamente desde la prisión, para quien se animara a matar a los que lo «vendieron» en la Justicia.

Por orden del juez federal de Morón Jorge Rodríguez, policías bonaerenses atraparon a Pachecho a finales de mayo. Luego también, a su hijo, su pareja, su exesposa y otros cómplices. El magistrado, tras agregar otras causas, procesó al capo de la villa 9 de Julio y a su hijo por los 7449 kilos de marihuana secuestrados en 2018 en un galpón de Moreno, por narcomenudeo en San Martín y por lavado de las ganancias.

«Rengo» juró vengarse de quienes creía que lo habían entregado: Blas Adrián «Gordo» Gómez y Max Alí «Alicho» Alegre. Por eso, aunque él lo negó en Crónica y hasta se mostró como un próspero empresario de la construcción, lo cierto es que ofreció desde la cárcel de Ezeiza 10 millones de pesos por sus cabezas.

Para vengarse, Pacheco no la tenía fácil: Gómez y Alegre hacía rato que estaban presos en el módulo 1 del pabellón 2 de la cárcel de Devoto.

De alguna manera, González, oficial inspector de la delegación Mercedes de la Policía Federal (PFA), se enteró de la recompensa. Y puso manos a la obra.

Encripdata pudo reconstruir que González, para ejecutar el plan de Pacheco, se reunió con una misteriosa mujer. Ella lo contactó con su marido preso en la unidad 37 Barker. Este interno habló con otro, uno pesado de verdad, exmiembro de la «Superbanda» de Luis «Gordo» Valor, que por su cabeza en algún momento se llegaron a pelear la Bonaerense y el Ejército, alojado ahora en una de las unidades de Olmos.

Este capo del delito de la vieja escuela llamó a dos transas que estaban en libertad. Estos dos transas conocían a dos internos de la cárcel de Devoto capaces de «bajarse» a Gómez y «Alicho». Encripdata conoce los nombres de los protagonistas, pero por ahora no los revelará para preservar la investigación de la fiscal Gabriela Disnan.

Aclaración: este viejo miembro de la «Superbanda» del «Gordo» Valor, dedicada a los robos a banco y asaltos a camiones blindados, no es Alfredo Aníbal Albornoz, que terminó abatido en agosto por policías en El Palomar sino otro que protagonizó historias increíbles en los años noventa.

El juez federal Federico Villena rechazó el año pasado un habeas corpus colectivo en el que los internos solicitaban tener celulares en sus celdas para seguir de manera virtual con las visitas familiares suspendidas por el coronavirus. Para atenuar la situación, las autoridades del Servicio Penitenciario Federal armaron 250 salas para realizar videollamadas y entregaron 14 mil tarjetas telefónicas de cien pesos. En cambio, los jefes del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), contra toda norma, autorizaron el ingreso de 32 mil celulares con el registro de las líneas.

El de los celulares es un negocio redondo en las cárceles: los guardiácarceles cobran entre 15 y 20 mil pesos para dejarlos pasar.

Autorizados o encanutados, la fiscal deberá cruzar las llamadas de teléfonos públicos y celulares que empezaron con Pacheco en Ezeiza, siguieron con la misteriosa mujer y los presos de Tandil, Olmos y Devoto y terminaron con los transas que prometieron hacer el trabajo sucio.

Luego de ese mundo interminable de gente que conoce gente, uno de los intermediarios pactó la reunión de González con los dos transas: martes 20 de julio en la calle Congreso 8374, Loma Hermosa. Pasadas las 22, entonces, dejó subir a un individuo a su Peugeot Partner. Uno de ellos, según lo acordado con los otros, llevaría un celular para hacerlo hablar con los presos en Devoto, para decirles a quién deberían matar, nombres que tenía anotado en un papelito, pero, en vez de eso, el transa asesinó a González de ocho disparos.

Los investigadores ahora sospechan que, en vez de uno, tal vez fueron dos los transas que estuvieron en la escena del crimen.

Como sea, una vez ejecutado, el o los transas dejaron una carta al lado del policía: «‘Rengo’ Pacheco: ¿10 millones por mí? Acá tenés tus 10 millones. Atentamente: San Martín».

La víctima nunca llegó a sacar el papelito del bolsillo de la campera. De haberlo hecho, el o los victimarios se lo habrían llevado porque decía: «Blas Adrián Gómez. M=1 – P 2. Gordo Blas Avicho». «Avicho» en realidad es «Alicho». De alguna forma, Gómez y «Alicho» se enteraron de que González estaban buscando sicarios para asesinarlos y cobrar la recompensa ofrecida por Pacheco y ellos lograron que jugaran de su lado.

El papelito que tenía González y que el o los transas no se llevaron de la escena del crimen ahora los complica a Gómez y «Alicho». Los incrimina cada vez más. Y alguien ya habló. Lo que viene solo puede empeorar las cosas.

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