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El hilo invisible entre el crimen y el poder

Envían a juicio a nueve personas tras el doble crimen del Congreso

Drogas, armas y doble crimen del Congreso

Drogas, armas y doble crimen del Congreso. Crédito: Ministerio de Seguridad.

El juez Mariano Iturralde envió a juicio a Juan José Navarro Cádiz y Juan Jesús Fernández por los crímenes del diputado Héctor Olivares y el asesor Miguel Yadón ocurridos la mañana del jueves 9 de mayo de 2019 en la Plaza de los dos Congresos, según el documento al que tuvo acceso Encripdata.

La fiscal Estela Andrades, que hizo la investigación, los acusó de ser «coautores criminalmente responsables de los delitos de doble homicidio agravado por haber sido cometido con alevosía y por placer así como también por el empleo de un arma de fuego, todo ello en concurso real con el delito de portación de arma de guerra sin la debida autorización legal».

Matar por placer, gozar con las armas, desahogar el instinto de matar sin otro motivo que el de probar el arma y su mira láser, lamentó.

El magistrado también elevó a juicio a María Rosa Cádiz Vargas -mamá del tirador-, María Argentina Cádiz Vargas -tía del tirador- y Juan Jesús Fernández Cano -hijo del conductor- por tener un arma de guerra sin autorización, la Bersa Thunder calibre 40, la del doble crimen.

Los investigadores no pudieron recriminarles el encubrimiento porque eran familiares directos de los acusados, pero sí les reprocharon haber llevado el arma sin la habilitación desde el auto hasta la casa de uno de ellos. Para que los empleados del estacionamiento ni el portero del edificio se dieran cuenta, la trasladaron en el cochecito de un bebé.

Durante la investigación, la División de Homicidios de la Policía Federal Argentina (PFA) descubrió que la familia tenía otras armas sin declarar, por lo que el magistrado también envió a juicio a Rocío Michel Montoya González -pareja del tirador-, Luis Cano -el primer detenido-, Miguel Navarro Fernández -papá del tirador- y Luis Felipe Quevedo -amigo-.

Aquella mañana, Fernández estacionó su Volkswagen Vento en la Avenida de Mayo, entre Presidente Luis Sáenz Peña y Virrey Cevallos, detrás de un colectivo. A su lado estaba Navarro Cádiz. El más joven lamentaba haber peleado con su pareja mientras el más grande hacía buches con su petaca de whisky, también armaban unas líneas de cocaína, aunque el juez y la fiscal no les creyeron, o al menos no los consideraron atenuantes.

A las 6.41 horas, Olivares y Yadón pasaron por primera vez frente al auto estacionado, según las cámaras de seguridad.

A las 6.50 horas, volvieron a pasar. En ese instante, desde el asiento del acompañante, Navarro Cádiz abrió fuego con su Thunder de mira láser: tres tiros a Yadón, en cuello, axila y pelvis, que murió casi de inmediato, uno a Olivares, que lastimó abdomen y brazo derecho, por lo que falleció tres días después en el Hospital Ramos Mejía, y un quinto que terminó en un árbol. Fernández vio todo.

Las autoridades acusaron a Fernández de «haber suministrado el vehículo y permitido que su consorte efectuara los disparos al bajar el vidrio de su ventana y hacerse a un lado -ocupaba el lugar del conductor del cual salieron los disparos-, haber garantizado con su presencia apoyo recíproco ante cualquier intento de defensa de las víctimas o terceros y de tal modo facilitar la huida y ocultamiento de los elementos que los incriminasen».

Tras los disparos, Fernández bajó del auto y le ordenó a Navarro Cádiz que huyera. El tirador cruzó la avenida, descartó las vainas servidas en dos tachos de basura y se fue. El cómplice se acercó a una de las víctimas.

En ese momento, un testigo en bicicleta, le preguntó a Olivares si estaba bien. «Sí, me tiraron, los que están en aquel vehículo», llegó a responder.

Fernández se fue y el testigo también. Luego llegó la Policía y la ambulancia. La fuga, mientras tanto, ya había comenzado.

Fernández fue con el Volkswagen Vento hasta la casa de Miguel Navarro Fernández, papá del tirador, le contó lo que había hecho su hijo y acordaron llevárselo lo más lejos posible. Primero pensaron en el aeropuerto de Ezeiza, luego en una casa de Escobar, pero finalmente salieron en otro auto hacia Las Rosas, un complejo de cabañas en Concepción del Uruguay, donde la Policía Federal (PFA) los siguió.

Allí cayeron Fernández y Navarro Fernández, pero Navarro Cádiz y su mamá María Rosa Cádiz Vargas siguieron en un Renault 19 hasta Colón, cruzaron la frontera en un taxi hacia Paysandú, tomaron un micro hacia Montevideo y se hospedaron en el hotel Ibis. La Policía de Uruguay los arrestó por orden del juez Iturralde. El tirador y su mamá se rindieron: aceptaron ser extraditados rápidamente a la Argentina.

Mientras tanto, los investigadores juntaron más pruebas. En la casa de Navarro Cádiz, en la calle Montevideo 76, encontraron la Bersa Thunder calibre 40, escondida por la pareja del tirador. En la casa de los papás del principal acusado, en Virrey Ceballos 215, se toparon con «varios dibujos de personas en las paredes, con improntas en los dibujos y en las paredes compatibles con impactos de balines de pequeño calibre».

En su indagatoria, Fernández dijo recordar: «Agarré la petaca que tenía al lado, me di un buche, la volví a poner en la puerta. La ventanilla mía estaba a medio abrir, él pasó su brazo por delante, a la altura de mis ojos, vi el arma, que no llegó hasta el vidrio, y empezó a disparar. Disparó al aire. Cuando giré, vi a estas personas, salí del auto, vi que uno respiraba y otro se quejaba. Me acerqué al auto y le dije a Juan José: ‘Mirá lo que has hecho'».

En base a las pericias toxicológicas, el juez y la fiscal aclararon: «El primer examen médico efectuado a Fernández, el 10 de mayo de 2019, da cuenta que ‘no presenta signos clínicos de estar bajo efectos de bebidas alcohólicas ni de psicodislépticos’. Tampoco tuvo ninguna dificultad para conducir su vehículo, pudo interactuar sin dificultad con sus pares e incluso con una de las víctimas y, aún más, luego de acontecido el homicidio, tuvo la plena capacidad para denotar el alcance y gravedad de lo ocurrido y del grado de compromiso que tenía en tal obra criminal. Por su parte, del examen de Navarro Cádiz surge que se encontraba ‘lucido, coherente, orientado, sin signos clínicos de actividad tóxica o psicótica’. Las pruebas acumuladas permiten descartar razonablemente que aquel presentara una intoxicación de entidad como para provocar una perturbación de la conciencia que pudiera dar lugar a inimputabilidad».

Navarro Cádiz intentó desligarse de todo: «Empezamos a tomar dentro del auto, como solemos hacer, él tenía alcohol y drogas; yo, alcohol. Charlamos. Después empecé a sentir el alcohol y empecé a ‘flashear’ un poco, pero recuero que apareció un arma, no sé de dónde salió, pero sé que la tuve en mis manos. Fernández también la tuvo en sus manos. No sé dónde estábamos estacionados. Tengo flashes. Fernández la armaba y la desarmaba. La tocábamos. Después no la vi más. Perdí la noción del tiempo y el lugar. Sí recuerdo haber escuchado unas detonaciones, que la verdad no sé si fueron mías, de él o de los dos juntos. Después que pasó eso no recuerdo a dónde fui, qué hice, mi próximo recuerdo es cuando ya estaba en Uruguay con mi madre. Le pregunté qué hacíamos ahí y me dijo que había habido un problema muy grande».

Sí: había matado a un diputado y a un asesor en la Plaza de los dos Congresos.

«No le encuentro motivo, no puedo mentir, porque no sé por qué se agredió a estas dos personas. Supongo que estábamos tomando, pero no había ningún motivo para que esas personas fallecieran«, declaró una de las últimas veces.

Solo por placer.

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