Murió «Pucho» Belgrano, el espía clave de la DEA en la operación Langostinos contra el Cártel de Medellín

"Pucho" Belgrano, el espía de la DEA en la operación Langostinos. Crédito: Gobierno.
En septiembre de 1990, los periodistas colmaron Ezeiza como pocas veces: la esperaban a ella, a Gabriela Sabatini, que acababa de imponerse ante Steffy Graf, su rival de siempre, en la final del abierto de Estados Unidos para ganar su primer US Open. Con apenas 20 años se convirtió en la tenista argentina más grande de todos los tiempos. Y allí, en el aeropuerto, la esperaba él para llevarla en moto a Buenos Aires.
Tras el contacto con la prensa, Gaby se subió a la Kawasaki y partió rumbo a la Ciudad. Ella no lo sabía, pero el piloto de la moto era un prófugo de la Justicia. De película: la argentina más famosa del momento en compañía de un hombre buscado por narcotráfico internacional. Y ese hombre se había dejado ver en el lugar donde había más cámaras de televisión por metro cuadrado del país.
El enigmático motoquero finalmente se entregó en febrero de 1991. Carlos Horacio Savignon Belgrano, tal su nombre completo, dijo ser informante de la DEA de los Estados Unidos (Drug Enforcement Administration), puntualmente para la oficina de la agencia en Buenos Aires.
Y el jefe local de la DEA lo ratificó: le comunicó al juez que «Pucho», como llamaban a Belgrano, era su hombre infiltrado en la célula del Cártel de Medellín, de Pablo Emilio Escobar Gaviría, el narcotraficante más poderoso de todos los tiempos, que pretendió contrabandear 587 kilos de cocaína de máxima pureza desde la Argentina hacia los Estados Unidos.
En aquella época, invitado a los ya históricos almuerzos de Mirtha Legrand, el vicepresidente Eduardo Duhalde pidió públicamente la liberación de Belgrano porque no se trataba de un delincuente sino de un infiltrado de la DEA.
Tras esas declaraciones, el abogado Martín González del Solar, un exfiscal siempre ligado a la Embajada, hizo el resto: el juez excarceló y sobreseyó a «Pucho».
John Alberto Arroyave Arias, el jefe de la célula colombiana, terminaría condenado a 13 años de prisión por la Operación Langostinos, pero durante un período fugaz en libertad, se encargó de facilitar la llegada en diciembre de 1994 de la familia de su jefe: el Bloque de Búsqueda acababa de matar a Escobar en Medellín y su viuda y sus dos pequeños hijos eligieron Buenos Aires para escapar de la guerra entre los cárteles y el Gobierno y la DEA.
Por los servicios prestados, la Embajada lo reubicó rápido: tras su paso por la DEA, Belgrano pasó a las filas del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (DHS), o simplemente Homeland, como la serie.
Porque «Pucho» tenía una agenda interesante: jueces, fiscales, funcionarios, policías y abogados «facilitadores» de los intereses de la Embajada, como los definió el periodista Julián Maradeo en su libro La DEA en la Argentina, una historia criminal, que se subordinan a los planes de la agencia, planes que de los que no se dejan constancia en los expedientes judiciales, pero que pueden cambiar el rumbo de esas historias penales.
A principios de año, Belgrano se presentó en los tribunales federales de Comodoro Py, según pudo saber Encripdata, en busca de información para Homeland sobre la red internacional que ofrecía viajes a rusas embarazadas para dar a luz en la Argentina.
Esa fue la última misión del espía de la moto: falleció el 10 de abril.
En los avisos fúnebres de LA NACIÓN lo despidieron, entre otros, la Asociación de Jueces Federales de la Argentina (Ajufe), el director general de Aduanas Guillermo Michel, el DHS estadounidense y el personal de Exolgan.
El de Homeland rezaba: «Carlos fue el corazón y el alma de nuestra oficina durante más de 15 años. Nuestras más sentidas condolencias para su hija y para su extensa lista de amigos y colegas. Sus compañeros del departamento de Seguridad Nacional, Homeland Security Investigations».
«Pucho» tenía 81 años y mil secretos.