«Sindicato trasnacional»: los argentinos, en lanchas rápidas, que subieron los 469 kilos de cocaína al buque

La Hidrovía del Paraná, la ruta de la cocaína hacia Europa. Gentileza: LN.
Prendidos en la noche, desconocidos se acercaron al buque MV Ceci en algún punto de la rada de Montevideo, Uruguay. De alguna manera hicieron contacto con el cocinero. Ellos hablaban castellano; él, el wikang filipino. Con un inglés rústico, lo tranquilizaron: «Relax». Así, escondieron los 469 kilos de cocaína en una de las heladeras usadas para refrigerar la comida de los 20 tripulantes de su misma nacionalidad.
Los lancheros le informaron que la carga continuaría del otro lado del Río de la Plata, pero el cocinero filipino se arrepintió. Ya habían llenado una heladera. Ocupar otra era demasiado riesgoso: «Relax, esto lo hacemos dos o tres veces por mes», le insistieron, como publicó el periodista Hernán Lascano en LPO. Se referían al puerto de San Lorenzo, Santa Fe, pero no hubo caso, no pudieron convencerlo.
El MV Ceci, de bandera de las Islas Marshall, finalmente llegó la noche del 25 de abril al puerto de San Lorenzo. Allí, la tripulación cargó 46 toneladas de girasol. Su destino final era el puerto de Ámsterdam, de los Países Bajos. Pero, según la versión oficial, en una revisión de rutina, el capitán descubrió el cargamento, hecho que derivó en la denuncia ante la Unidad de Información Financiera (UIF).
El cocinero filipino, llamado Jonathan Caputero, o «Ernie», no aguantó la presión: en indagatoria ante los fiscales Claudio Kishimoto, de San Lorenzo, y Diego Iglesias, de la Procunar, se hizo cargo de haber «enfriado» el cargamento en una de las heladeras del buque. En consecuencia, el juez federal Carlos Alberto Vera Barros ordenó la prisión preventiva -el equivalente al procesamiento pero del sistema acusatorio-.
Pero este cocinero, asistido por el defensor oficial Ramiro Dillon, no quiso ser el único en pagar los platos rotos. Encripdata pudo reconstruir que varios argentinos, en dos lanchas rápidas, fueron quienes realmente subieron las 16 bolsas en las que estaba repartido el cargamento. Era obvio: cada una pesaba 30 kilos, bastante para los brazos y manos de este imputado, oriundo de Roxas, isla de Panay, del archipiélago.
Por si no se entendió: existe una organización narcocriminal, integrada en parte por argentinos, que opera con frecuencia en los principales puertos de la Argentina y Uruguay para el contrabando de cocaína hacia Europa, una buena oportunidad para que las autoridades, aunque por sorpresa, sin investigación previa ni inteligencia criminal, determinen realmente quién es el dueño de Your Name, el sticker de los envoltorios.
En Montevideo, los lancheros se presentaron como miembros de un «sindicato trasnacional» con contactos en San Lorenzo. La empresa Vicentín opera tanto en ese puerto, con una terminal del mismo nombre, como en el puerto de Rosario, a través de la compañía Terminal Portuaria Rosario SA (TPR), en sociedad con la chilena Antares Naviera, del Grupo Ultramar.
Sin saberlo, el cocinero estaba en lo cierto: ya en el 2022, una organización narcocriminal con contactos en TPR SA ingresó 568 kilos de cocaína con el sello de Louis Vuitton (LV) descubiertos en el puerto de Santos, Brasil, y otros 866 kilos, con el mismo sello, pero hallados en Rotterdam, Países Bajos.
Una fuente del bajomundo explicó ante Encripdata que para contaminar un buque, las organizaciones pagan, al menos, 50 mil dólares al capitán y otros 50 mil entre todos los tripulantes dispuestos a arriesgarse. Los valores, incluso, pueden duplicarse si el destino es un puerto importante de Europa. Y acostumbran hacerlo por adelantado, pero el cocinero dijo que solo recibió una promesa de pago en Manila. La verdad está en su teléfono.
Los proveedores bolivianos venden el kilo de cocaína a 2500 dólares. Las grandes organizaciones pueden conseguir mejor precios. Ese kilo, ya en movimiento, empieza a subir: en Rosario o el gran Buenos Aires puede costar 6 mil dólares. Como toda mercancía, esta también tiene impuestos o tasas: ya sea por mirar para otro lado o colaborar activamente en la contaminación. Esos peajes se recuperan: «coronar» en Europa es multiplicarlo por cinco o seis veces.
En este caso, uno de los teléfonos utilizados tenía un chip francés.
Pero para llegar al dueño hay que empezar por sus contactos en Vicentín.
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