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El hilo invisible entre el crimen y el poder

La pista de los 100 mil dólares: cuánto cuesta subir 469 kilos de cocaína a un buque en la Hidrovía

La pista de los 100 mil dólares para el buque narco MV Ceci

La pista de los 100 mil dólares para el buque narco MV Ceci. Crédito: Encripdata.

El cocinero filipino del buque MV Ceci no aguantó la presión: en indagatoria ante los fiscales Claudio Kishimoto, de San Lorenzo, y Diego Iglesias, de la Procunar, se hizo cargo de haber escondido los 469 kilos de cocaína en las heladeras usadas para refrigerar la comida de los 20 tripulantes de su misma nacionalidad. En consecuencia, el juez federal Carlos Alberto Vera Barros, ya ordenó la prisión preventiva -el equivalente al procesamiento pero del sistema acusatorio- en este caso, que recién empieza.

De bandera de las Islas Marshall, el carguero zarpó el 20 de marzo desde el puerto de Bandar Imán Khomeini, de la República Islámica de Irán, y llegó la noche del 25 de abril al puerto de San Lorenzo, Argentina. Allí, la tripulación cargó 46 toneladas de girasol. Su destino final era el puerto de Ámsterdam, el segundo de los Países Bajos.

Sin embargo, y aunque no tuvo actividad oficial, las autoridades argentinas ya pudieron reconstruir que el capitán decidió ingresar el buque a la rada del puerto de Montevideo, Uruguay, al menos por unas horas, para luego sí navegar por la Hidrovía hasta el puerto de San Lorenzo, pegado a Rosario.

La historia oficial cuenta que Jonathan Caputero, o «Ernie», se encargó de subir él solo las 16 bolsas del cargamento. Cada una pesaba 30 kilos, bastante para los brazos y manos de este cocinero filipino, con esposa y varios hijos en Roxas, isla de Panay, del archipiélago.

Dentro de las bolsas con nudos en la parte superior, para engancharlas, había bolsos naranjas herméticos. Y dentro, por fin, los «ladrillos» de cocaína con el sello de una corona bajorrelieve y el sticker Your Name sobre el envoltorio.

Para que todos lo entiendan de una buena vez: el sello bajorrelieve indica el proveedor y el sticker, un código de seguridad para el cliente, una advertencia para las organizaciones criminales dedicadas a los «vuelcos» en los puertos. El robo es una condena a muerte.

Pero también existe una historia extraoficial, con base en la lógica del drop on, es decir, el viaje de lanchas rápidas para subir el cargamento al buque en origen: una fuente del bajomundo explicó ante Encripdata que para contaminar un buque, las organizaciones pagan, al menos, 50 mil dólares al capitán y otros 50 mil entre todos los tripulantes decididos a arriesgarse al trabajo pesado. Los valores, incluso, pueden duplicarse si, como en este caso, el destino es un puerto importante de Europa. Algo es seguro: ya sea con una bolsa llena de billetes o con criptomonedas en una billetera virtual, se paga antes.

Pero, de nuevo, según la historia oficial, el capitán del MV Ceci fue quien alertó al responsable de la operatoria general del barco, quien se puso en contacto con un abogado de un estudio jurídico, quien formalizó la denuncia ante la Unidad de Información Financiera (UIF), una oportunidad para el flamante jefe de la unidad antilavado, Paulo Starc, a 23 días de la publicación de su designación en el Boletín Oficial, para dejar atrás las notas periodísticas que recordaban su mala investigación en el caso Pomar, de 2009.

Al día siguiente, él y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunciaron lo que para ellos fue «el operativo más grande de la historia argentina respecto de hallazgos de material estupefaciente en la vía fluvial» aunque luego lo redujeron a, solamente, «la historia de San Lorenzo», en un expediente abierto de urgencia, sin investigación previa ni inteligencia criminal.

A cinco días del hallazgo, los investigadores ahora sospechan que la contaminación se realizó en Montevideo, no solo porque no encontraron indicios durante la carga de los pellets de girasol en suelo argentino sino también por el extraño paso del buque por la rada de Montevideo, con documentación respaldatoria pero sin actividad declarada.

Los proveedores bolivianos venden el kilo de cocaína a 2500 dólares. Las grandes organizaciones pueden conseguir mejor precios. Ese kilo, ya en movimiento, empieza a subir: en Rosario o el gran Buenos Aires puede costar 6 mil dólares. Como toda mercancía, esta también tiene impuestos o tasas: ya sea por mirar para otro lado o colaborar activamente en la contaminación. Esos peajes se recuperan: «coronar» en Europa es multiplicarlo por cinco o seis veces.

La Mocro Maffia, una organización narcocriminal de marroquíes de segunda o tercera generación con nacionalidad neerlandesa, y la Ndrangheta, uno de los clanes de la mafia italiana, controlan los puertos de Ámsterdam, Países Bajos, y de Amberes, Bélgica, una especie de HUB del contrabando de cocaína.

Poco antes de llegar a Ámsterdam, siguiendo con la historia oficial, el cocinero filipino, y solo él, hubiera tenido que cumplir la promesa de arrojar los 16 bolsos con GPS al agua para que un grupo local, a bordo de lanchas rápidas, los pescara, un método que hizo famoso a los clanes gallegos de la época de Sito Miñanco cuando pasaron del contrabando del tabaco al de la cocaína.

Esta vez, sin embargo, el capitán del MV Ceci denunció la operación, pero los investigadores avanzarán en la pista de los 100 mil dólares para definir su rol, para saber quién era quién entre los tripulantes filipinos y para que el cocinero no sea el único en pagar los platos rotos.


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