Un «Lobo» suelto en Bolivia: un operador del Cártel de Sinaloa merodea Rosario
-Tengo este amigo en Chile, tengo varias cosas a la mano, el amigo me ofreció el aeropuerto.
-¿Y él qué pone?
-Ofrece limones, manzanas y autos de vinos.
-Pero Chile es delicado…1
En agosto del 2020, nadie sabía cuántos meses o años podía durar la pandemia por coronavirus, pero en el Cártel de Sinaloa ya deseaban reactivar una ruta en América del Sur. Morris, desde España, preguntaba por proveedores y «Lobo», desde Bolivia, contestaba con dudas sobre ese supuesto amigo con llamativas facilidades en Chile, por eso, reclamaba seguridad para empezar el negocio. Una semana después, Morris le informó que otra persona, su tío Ricardo, ya había salido de México:
-El primo ya está en San Pablo, va a Chile, pero le dije que pase a verte, a tu pueblo.
-¿Cuándo llega acá?
-Tiene que ir en camión hasta la frontera porque no hay vuelos.
-Puedo venderle lo que quiere, pero enviarlo a Chile es jodido, lo puedo poner en Potosí.
-Hay que dar pausa hasta que llegue Ricardo.2
El plan de Morris era muy ambicioso: «coronar» 6 mil kilos de cocaína boliviana en Europa3. Siempre desde Chile. Ante semejante cantidad, su idea era montar el servicio de «empresa a empresa», con compañías bien constituidas para ocultar la carga ilegal entre la legal, empezar con envíos pequeños para probar el sistema y, finalmente, sí, seis grandes, según los documentos a los que accedió Encripdata. Para eso, contaba con su tío Ricardo, a cargo de la operación en el territorio, y con ese amigo en Chile que les ofreció limones, manzanas y autos de vinos. Pero, primero, quería saber si «Lobito» conocía a ese facilitador:
-Este es el amigo -y le adjuntó una foto.
-Nadie lo conoce aquí, pero de repente es bueno.
-¿Se le puede agarrar un apodo?
-Hay que tener cuidado con los infiltrados.4
Entre finales de septiembre y principios de octubre de 2020, Ricardo avanzó con la logística: a través de aquel amigo, hizo contacto con operadores de puertos y aeropuertos. Contento, Morris le avisó que el momento de concretar la provisión se acercaba, pero «Lobo» lo cortó en seco:
-Esos señores andan metiendo a Ricardo en el puerto.
-¡No! Eso es DEA, Chile es Chile.
-Pero parece estar agarrando fuerza.
-Yo veo raro eso, ese puerto es muy bravo.
-El amigo está agarrado con los de Aduana.
-Pero el amigo con el que está es de Bolivia…
-El amigo se llama M…
-Primo, eso es policía 100%. Chiles es Chile. No es tan fácil entrar en los puertos.
-No tiene sentido, en Barcelona y Bélgica también lo han metido en puertos.5
Morris y Ricardo hicieron oídos sordos. Así, el 28 de octubre concretaron la primera compra en Colchane, una zona fronteriza entre Chile y Pisiga, Bolivia: fueron solo 2 kilos de cocaína para comprobar la calidad. Era buena. Entonces, ordenaron 50 kilos más. En noviembre, sin embargo, Ricardo cayó muy enfermo. Desde una cama de hospital, daba indicaciones a sus contactos en Chile, pero para Morris no era lo mismo. Delegar el servicio «empresa a empresa» a esa gente a la que solo conocía su tío, con el capital a invertir, era demasiado riesgo. Entonces, bajó sus pretensiones: lo haría como rip off o «gancho ciego», es decir, contaminar un cargamento sin que el dueño se enterara. Morris necesitaba más que nunca a «Lobito» en la jugada:
-Ricardo se puso malo, pero ya me dieron dos palos para lo de Chile.
-Yo pongo las cosas en Argentina, puede ser en Rosario.
-Echame una mano.6
En diciembre, los contactos recibieron la segunda compra. Esta vez fueron 59 kilos. Desde el hospital, Ricardo monitoreó todo: ordenó 200 kilos más. De todas maneras, Morris mandó a Yolanda, su mamá y hermana de Ricardo, a Chile para sumarse al negocio. Aún convaleciente, Ricardo organizó una reunión para que su gente la conociera.
Las fiestas, los problemas de salud de Ricardo y el tiempo necesario para que Yolanda se pusiera al día demoraron todo. El 4 de febrero del 2021, finalmente, cargaron 250 kilos en el puerto de Valparaíso. Como prueba, Ricardo le envió un video, una foto y el número del contenedor a Morris. Al día siguiente, el buque de MSC partió rumbo a Rotterdam, Países Bajos, y destino final hacia Antwerp, Bélgica.
Desde Dubai, Patrick, a cargo de organizar el «rescate» en el puerto europeo, se puso nervioso: según el número del contenedor, el buque no descargaría en Antwerp sino en Rotterdam. Y, encima, los contactos en Chile, en vez de subir la carga en bolsas de 6 kilos, lo hicieron en bolsas de 11 kilos, más pesadas para arrastrar. Como sea, el cargamento ya estaba en viaje, un mes hasta tocar tierra.
Preventivamente, el 10 de marzo de 2021, Ricardo, Yolanda y su gente en Chile se presentaron en el aeropuerto. Tenían boletos para esperar en Sinaloa noticias de la «coronación». Los policías, sin embargo, no los dejaron pasar al avión: los arrestaron por «asociación ilícita para traficar drogas». En realidad, a los contactos no los detuvieron: eran agentes encubiertos.
En Europa, casi en simultáneo, los detectives de los Países Bajos atraparon a los hombres de Patrick cuando fueron a «rescatar» los 250 kilos en el puerto. De alguna manera, Morris se enteró. Y aunque a él también intentaron investigarlo, escapó a tiempo: él sí pudo regresar a México. Y se burló de Zamorano, el agente español infiltrado: «El ratón siempre sabe que el gato está en alerta»7.
Así llegaba al final una investigación de todo un año coordinada entre Chile, España y Países Bajos. Todo había empezado gracias a un hombre que pidió plata a cambio de información, le avisó a la DEA de los Estados Unidos8 (Drug Enforcement Administration) que unos mexicanos querían abrir una ruta entre Santiago y diversas ciudades de Europa. Cuando Francia y Países Bajos hackearon Encrochat y Sky ECC, en julio del 2020, los narcotraficantes quedaron aún más expuestos.
Los jefes de esta célula eran de Sinaloa: Morris O’Shea Salazar, apodado en Irlanda como «el Mexicano», era hijo de Yolanda; según la DEA, ella y su hermano Ricardo Salazar Tarriba eran familiares de María Alejandrina Salazar Hernández, la primera esposa del mismísimo Joaquín «Chapo» Guzmán. Y según los chats recuperados, Morris recibió 690 mil euros para empezar el negocio de parte de «Chapito»9, que para los investigadores era Iván Archivaldo Guzmán Salazar, hijo del «Chapo» y líder de «los Chapitos», uno de los grupos que conforman el Cártel de Sinaloa.
Los Salazar nunca hubieran podido «coronar» desde Chile: su primer contacto, precisamente, fue el hombre que los vendió a la DEA a cambio de plata. De hecho, todos los contactos que hicieron en el país eran policías encubiertos. Casi siempre fueron más los infiltrados chilenos que los narcotraficantes mexicanos inmersos en la operación.
El 5 de diciembre del 2023, finalmente, un tribunal de Iquique condenó a Ricardo y Yolanda Salazar Tarriba a pasar 15 años y 10 años en prisión, respectivamente. Morris, en tanto, se escondió en México: tiene una orden de captura internacional con alerta roja de Interpol. Al «Chapito», en cambio, no lo imputaron.
«Lobo» tuvo buen olfato: era una operación encubierta, de principio a fin.
Y se los dijo en todos los idiomas posibles.
De origen mexicano, con familiares en Sinaloa, pero asentado en Bolivia, «Lobo» tiene un laboratorio de cocaína. Con años de experiencia, conoce los detalles del negocio a un lado y otro de la coordillera de los Andes. Por eso ofrecía lo que le parecía más seguro: Argentina.
Sin embargo, Santiago de Chile no informó a Buenos Aires sobre la presencia de este operador del Cártel de Sinaloa en Bolivia, en la frontera con Salta, ni lo más importante: que ya había hecho negocios en Rosario10. Dicen que ni siquiera saben cómo se llama.
Hoy, «Lobo» sigue allí, sentado en Chapare, con su sello bajorrelieve de calidad.
Tal vez sea el hombre detrás del delfín, los «ladrillos» que ahora inundan la Argentina.
1, 2, 4, 5, 6 Diálogo reconstruido con base al expediente judicial.
3, 7, 8, 9 Extracto del expediente judicial.
10 Fuentes de información argentina.