Encripdata

El hilo invisible entre el crimen y el poder

Los crímenes de Forza, Morello y Alarcón: el regreso del comisario amigo de los Lanatta y los dólares enterrados

Los sótanos de la Policía Bonaerense

Los sótanos de la Policía Bonaerense. Crédito: Télam.

Minutos antes de la medianoche, el comisario Honorio Rodríguez, al mando de un grupo de la Bonaerense, irrumpió en una quinta de Ingeniero Maschwitz. A pesar de la hora, los ocupantes seguían trabajando. A simple vista, parecía una «cocina» de cocaína. Había, además, una pistola Taurus 9 mm y 54.100 dólares. En la galería sobresalían cuatro cuñetes de 25 kilos cada uno, pero vacíos. Decían: «Ephedrine hydrochloride», marca Malladi Drugs & Pharmaceuticals Limited.

Era el famoso «laboratorio» del mexicano Juan Jesús Martínez Espinoza, donde sus «químicos» no estiraban cocaína sino algo nunca antes visto en la Argentina: metanfetaminas hecha a base de efedrina. Aunque el allanamiento del 17 de julio de 2008 en la quinta de Ingeniero Maschwitz fue una operación encubierta de la DEA (Drug Enforcement Administration) para dejar al descubierto la «ruta de la efedrina» hacia México y, ya como meths, ice o crystal, hacia los Estados Unidos, el crédito se lo llevó la Policía Bonaerense, como pudo reconstruir Encripdata.

A los pocos días, Martín Lanatta, Cristian Lanatta y Víctor Schillaci fueron a la quinta de los mexicanos siguiendo un rumor. Pero no fueron solos: partieron en caravana con policías de Quilmes.

En el juicio por el triple crimen de General Rodríguez, los uniformados reconocieron casi todo. El comisario Edgardo Perdiguero, si bien era amigo de los acusados, estuvo dispuesto a declarar: «Cuando tenía problemas con el auto, se lo llevaba a Cristian. Una vez, hicimos un procedimiento porque venía un camión cargado con autopartes robadas, estábamos en el taller de Cristian y salimos para Maschwitz todos juntos. Como mi auto estaba roto, me llevaron Martín, Cristian y Víctor. Lo llamé a Sosa, le comuniqué esto al comisario Galleguillo, después a Salazar. Sosa vino conmigo, Salazar me esperaba allá. Fuimos a Maschwitz, la información la dio un amigo de Cristian. El galpón era de la entrada a Maschwitz doblando a la derecha, seis cuadras, de nuevo a la derecha y dos a la izquierda”.

Daniel Fabián Salazar, Miguel Ángel Sosa y Ariel Osvaldo Santamaría, todos de la Bonaerense, también pasaron por el tribunal de Mercedes.

Policías y civiles de Quilmes juntos en Ingeniero Maschwitz, justo detrás de la quinta allanada a los mexicanos y pocos días después, parecía otra cosa, de hecho, los detenidos dirían que alguien les robó plata, pero todo eso quedó en la nebulosa. El tribunal, finalmente, condenó a los Lanatta, a Schillaci y al hermano Marcelo Schillaci como partícipes necesarios de la emboscada que acabó el 7 de agosto de 2008 con las ejecuciones de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, pero el autor intelectual quedó en la sombra.

El tribunal ordenó extraer testimonios para determinar si el comisario Perdiguero, los demás policías, los Lanatta y los Schillaci fueron a la quinta de Ingeniero Maschwitz a buscar los dólares enterrados por los mexicanos. Nadie sabe si efectivamente algún fiscal, algún juez, investigó esto.

Más acá en el tiempo, el 9 de diciembre de 2022, Cristian Centurión y su primo Maximiliano Centurión, ambos de 26 años, citaron a Lucas Escalante, también de 26, en la calle 1538, esquina ruta 53, La Capilla, partido de Florencio Varela. Era la casaquinta familiar. Para atraerlo, le prometieron vales de nafta. Al rato, Lucas llegó a bordo de su auto BMW azul. Pero no lo hizo solo: estaba con Lautaro Morello, de 18, primo de una exnovia.

En medio de los festejos por el triunfo de la Selección argentina frente a Países Bajos y la clasificación a la semifinal del Mundial Qatar 2022, las familias de Lucas y Lautaro salieron a buscarlos. Obviamente, fueron a las comisarías.

Aquella noche, los Centurión esperaban a Lucas solo. Pero estaba acompañado. Eso cambió el plan. A las 00.30 ya de la madrugada del 10 de diciembre, Cristian ingresó a una estación de servicio de Florencio Varela. Sin bajarse del Peugeot 208 a nombre de su madre, le dio al playero un bidón para cargarlo con nafta.

Ese mismo 10 de diciembre, horas después, alguien prendió fuego el BMW de Lucas sobre la ruta 6 a la altura de Abasto, partido de La Plata.

La noche del 15 de diciembre, un vecino halló el cuerpo de Lautaro. Estaba a la vera de una autopista en construcción, a la altura de Guernica. Los médicos forenses determinaron que la víctima murió por asxifia mecánica. Lo estrangularon hasta matarlo. La misma noche en la que su rastro se perdió en la casa de los Centurión. Después quemaron el cadáver.

El hallazgo de Lautaro sin vida se produjo horas después de la finalización del allanamiento en la casaquinta del comisario mayor Francisco Centurión en La Capilla. Ese allanamiento fue sin igual: los detectives lo hicieron a la luz de la luna, sin prender las luces de la propiedad, lo suspendieron por falta de visión, no preservaron el lugar, les devolvieron las llaves a los Centurión y retomaron al día siguiente.

Por el crimen de Lautaro y el misterio de Lucas, a los tres Centurión les impusieron la prisión preventiva. Además, cuatro policías fueron imputados por encubrimiento. Para la familia Morello, el jefe de Estación, comisario mayor Ramón Rodríguez, también debería ser acusado por entorpecer la investigación.

En Florencio Varela, pero el 29 de septiembre de este año, a Ever Alarcón, un joven obrero de la construcción, de apenas 20 años, lo acribillaron de 52 disparos por la espalda.

Entre la cara y la cabeza, le acertaron 18 disparos; en el cuello, uno; en el tórax y el abdomen, seis; en la pelvis, 13; en el miembro superior derecho, cuatro; en el izquierdo, dos; en el miembro inferior derecho, dos; y en el izquierdo, seis. Y, además, dos marcas en el talón derecho.

Por la trayectoria de los disparos, por la ausencia de tatuaje, quemadura o ahumamiento en los orificios de entrada y por la cantidad total, a Ever lo reventaron entre dos personas, si no fueron más, paradas a 50 centímetros o más de distancia de su espalda.

Un testigo declaró que inmediatamente antes e inmediatamente después del crimen de Ever, varios patrulleros estuvieron en la escena del crimen: «A los minutos de entrar a casa, escuché los disparos. Más de diez. Cuando salí, vi pasar a los policías a toda velocidad, sin importar los pozos ni nada, se fueron muy rápido. A los minutos llegaron de nuevo patrulleros al lugar». Por la descripción que hizo de los móviles, el fiscal le ordenó a la Gendarmería el allanamiento de la sede de la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI).

Tres de las seis armas secuestradas en la UTOI dieron positivo en el peritaje balístico. Fueron disparadas. También una Glock 17 en poder de un transa de la zona. Ahora, la Policía Federal (PFA) deberá hacer el cotejo con los proyectiles.

Tras el crimen de Ever, el fiscal aceleró otra investigación que trabajaba en silencio: arrestó a seis policías que prestaban servicios en la Comisaría 2º de Florencio Varela por brindarles protección a los miembros de la banda de alias «Gorda Paola». A cambio de plata, les barrían la competencia. Una hipótesis es que a Ever lo confundieron con uno de la banda rival.

Tras el crimen de Alarcón y la caída de los policías que trabajaban con la «Gorda Paola», el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, desplazó al jefe de Estación de Florencio Varela.

Para reemplazar al comisario Rodríguez, señalado por los familiares de Morello, el ministro Berni y el jefe de la Bonaerense, Daniel García, más conocido como «Fino», eligieron a un viejo conocido como jefe de toda la Policía de Florencio Varela: el comisario Perdiguero, amigo de los Lanatta y los Schillaci, los condenados por el triple crimen de General Rodríguez.


*El autor de esta nota y Diego Ferrón, hermano de Damián Ferrón, acaban de publicar el libro Operación Crystal, el expediente secreto sobre el triple crimen, en el que revelan detalles inéditos de la masacre de General Rodríguez, el rol de la Secretaría de Inteligencia (SIDE) en la «ruta de la efedrina» y la sombra de la DEA en esta compleja trama que combina política, narcotráfico y espionaje, en un viaje siguiendo pistas desde China e India hasta la Argentina y de aquí hacia México y Estados Unidos y en el que plantean la hipótesis de que la agencia de seguridad pudo estar detrás del triple crimen.

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