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El hilo invisible entre el crimen y el poder

Arrestaron a «Junior» Loza en Buenos Aires por enterrar 612 kilos de cocaína en el País Vasco

Clan Loza: una muestra de cómo opera el narcotráfico

Clan Loza: una muestra de cómo opera el narcotráfico. Crédito: Encripdata.

«Se me llenó el culo de preguntas, cómo mover 600 de un lado para el otro… poner 260 en un coche, justo nos confundimos, perdimos la cuenta… y a la media hora, o 40 minutos, reventaron el galpón».

Ese día, Gonzalo Daniel Loza, alias «Junior», pensó que había zafado. A sus 22 años, su padre le había encargado la que fue, tal vez, su primera gran operación: recibir un cargamento de 1402 kilos de cocaína en España y repartirlo por diversas localidades de ese país, que no era el suyo, para cumplir con sus clientes. José Daniel Loza, el jefe del clan, se sabía enfermo y, por eso, aceleró el entrenamiento para que su hijo heredara el negocio.

El 4 de noviembre del 2017, la Policía Nacional incautó 530 kilos en un galpón de Almuñecar. Pero pensó que el resto estaba a salvo. Él mismo cargó 260 kilos en un auto con destino incierto. La sorpresa mayor llegó al día siguiente: en Zarautz, en la otra punta de la península, la fuerza de seguridad irrumpió en un depósito marcado. No había nada, no a simple vista, hasta que un uniformado puso en marcha una excavadora, según documentos oficiales a los que accedió Encripdata: bajo tierra encontró 612 kilos con la marca de la «W».

Por ese cargamento, tres británicos cayeron en la Costa del Sol y dos españoles, en el País Vasco, pero «Junior» tuvo un par de años de suerte.

Aunque perdió la mayor parte, el clan Loza, al parecer, vendió lo que rescató del galpón: «Junior» entró el 17 de noviembre de 2017 al Hotel Royal Ramblas de Barcelona con bolsas en las manos y salió al rato con las manos vacías. En ese hotel se hospedaba Francisco González González, más conocido como «Javi» por su segundo nombre. Al día siguiente, lo hizo de nuevo. «Javi» ya se había encargado de conseguir dos pasajeros: Gabriel no quiso, Baquero tampoco, pero «Bienve» sí.

El 19 de noviembre de 2017, finalmente, partieron desde Barcelona hacia el aeropuerto de Barajas, Madrid. Al día siguiente, en el aeropuerto de Ezeiza, la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) revisó las valijas de Bievenido González Lomeña y Víctor Calvente Cavero: llevaban 365.800 euros sin declarar. Los uniformados retuvieron a las dos «mulas» e incautaron la plata. Casi al instante, «Javi» le avisó al resto.

Loza padre perdió la calma: él mismo se presentó en el juzgado federal a cargo de Pablo Yadarola para ponerles a los dos detenidos un abogado de confianza. No solo eso: cuando el magistrado los excarceló, los llevó a vivir a la casa de la calle Arce 560, las Cañitas, que había puesto a nombre de sus hijos. Después, cuando regresó a España, Víctor se reunió varias veces con «Javi» y «Junior».

Tras diez años en las sombras, el clan comenzaba a resquebrajarse.

En Argentina y España habían dejado los dedos demasiado pegados.

A partir de la pista de los «ladrillos» de billetes, la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) formó un equipo conjunto de investigación (ECI) con Italia y España e intercambió información con Perú. Así, descubrió que las «mulas» no eran otras que del clan Loza y que esta banda tenía conexiones con células narcos no solo en estos cuatro países sino también en Bolivia, Colombia, Inglaterra e Irlanda.

En eso, el «clan de los suecos», liderado por Amir Faten Mekky, ejecutó al español David Ávila Ramos mientras se subía a su Audi en San Pedro Alcántara, cerca de Marbella. Esa mañana del 12 de mayo de 2018, «Maradona», por su torpeza para el fútbol, salía de la comunión de su hijo en la Iglesia de la Virgen del Rocio. Su esposa, sus dos hijos y un amigo, ya acomodados en el auto, fueron testigos involuntarios del ajuste de cuentas.

Ávila Ramos conectaba varios casos: empezó siendo «mula» del capo del narcolavado argentino Diego Xavier Guastini, alias «Dolarín», y terminó haciendo negocios con los Loza. En algún momento, sin embargo, les quedó debiendo plata.

En octubre de 2018, ya con vuelo propio, «Junior» le propuso a su padre recuperar esa deuda: había que secuestrar al pequeño hijo de «Maradona». Tal vez por códigos, tal vez por lástima, el jefe del clan lo rechazó enseguida: «No, pobrecito la criatura, si delante del chiquito lo mataron cuando salía del bautismo».

El día que lo mataron, tenían acordado cerrar un negocio: como pudo reconstruir Encripdata con base a «escuchas» judiciales, Ávila Ramos iba a venderle 100 kilos de cocaína a Loza padre. Según las versiones del bajo mundo del narcotráfico internacional que llegaron a los investigadores españoles, eso era parte de un «vuelco», una jugada sucia que le costó la vida.

Estos diálogos, revelados por Encripdata, y tantos otros quedaron grabados: una jueza de Málaga había ordenado instalar en aquella época un micrófono ambiente en la habitación del hospital donde Loza padre estaba internado para engancharlos, a él, sus hijos y sus socios, precisamente, por el alijo de cocaína del año anterior en Almuñecar y Zarautz.

Después no hubo tiempo para mucho más: «Junior» cayó en diciembre de 2018 en Buenos Aires, el padre falleció en noviembre de 2019 en Madrid y, finalmente, varios integrantes del clan fueron condenados en diciembre de 2021 por lavado de activos vinculados al narcotráfico internacional. Tanto dinero acumularon que no pudieron contenerse: compraron la Ferrari F355 Spider roja de Diego Armando Maradona.

El Tribunal Oral en lo Penal Económico (TOPE) 3 porteño sentenció a «Junior» Loza a 6 años de prisión. En octubre del 2022, tras pasar 3 años y 8 meses en una cárcel de máxima seguridad, el heredero del clan fue excarcelado, pero su vuelta a la vida en libertad no fue plena. Sabía que en cualquier momento lo podían detener. El expediente en España seguía abierto.

Ese día llegó: este miércoles lo arrestaron por el alijo enterrado en Zarautz.

También detuvieron a otro miembro del clan: Gerardo César Guccione.

Ahora solo les queda afrontar el proceso de extradición a España.

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