Flor de acero: la historia del jugador de fútbol que se convirtió en el primer espía de la DEA condenado en la Argentina
Fue jugador de fútbol, jugó para la Secretaría de Inteligencia (SIDE), se pasó a la DEA de los Estados Unidos (Drug Enforcement Administration) en la Argentina, se enfrentó a narcotraficantes, un compañero lo buchoneó, le amagó varias veces a la Justicia, estuvo prófugo dos veces y después de una carrera de casi 30 años, lo sacaron de la cancha con una condena a varios años de prisión. Esta es la historia de Julio César Pose, esta es la historia del primer informante de la DEA condenado en la Argentina. Y por narcotráfico.
Al mediodía del 31 de diciembre de 2003, los gendarmes cayeron justo cuando Julio Testa estaba por pagar 31 kilos de cocaína y 12 kilos de pasta base en una de las plazas de la avenida Figueroa Alcorta, a metros de la Floralis Genérica, la escultura metálica con sistema eléctrico que abre y cierra sus pétalos de acuerdo a la hora del día. De allí el nombre del operativo: Flor de acero. Así, arrestaron a los vendedores, Freddy Marcelo Ríos, Virginio Raúl Valdez y Carlos Alberto Cogno, y dejaron que el comprador se fuera caminando.
Testa, uno de los tantos seudónimos de Pose, cruzó la calle, llegó a Rond Point y se subió al BMW en el que lo estaban esperando otros dos hombres al tanto de la «entrega controlada». Uno era Abraham Tenembaum, que saltó a la fama como “René Tenenbaum” o “el campeón israelí” en Titanes en el Ring, el mítico programa de lucha libre creado por Martín Karadagian, que marcó la televisión entre los años sesenta y los ochenta y con el que recorrió América Latina, cobertura ideal para lo que era su otro trabajo: informante de la DEA.
El otro a bordo del auto importado era Arthur Staples, ni más ni menos que uno de los agentes de la DEA desplegados en el país, encargado de esa operación y, como tal, jefe de Pose y Tenembaum.
Con el procedimiento de rigor delegado en la Gendarmería, los tres se fueron a la Embajada de los Estados Unidos a festejar el éxito total de la misión. Pero había alguien que esperaba, esperaba su parte, y se desesperaba por las vueltas que le daban. Era Ramón Ceferino Mendoza, excabo primero zapatero del Ejército y e informante de la Secretaría de Inteligencia (SIDE) hasta principios del 2002.
El 14 de febrero de 2004 le puso fin a su desesperación: ese día mandó cartas al Ministerio de Justicia, la SIDE, la DEA y la Embajada de los Estados Unidos para contar que la operación «Flor de Acero» había empezado en agosto en Salta, que él había colaborado y que, por eso mismo, exigía que cumplieran con lo que le había prometido Pose: un puesto en la SIDE.
En «la Casa», Horacio Antonio Stiuso, alias “Jaime”, para entonces director general de Operaciones, abrió un sumario y concluyó que «la Secretaría» no había tenido participación alguna en el caso.
La versión de Mendoza, diseminada por todas partes, de alguna manera le llegó al juez federal Claudio Bonadio, que no tardó en darse cuenta de que algo no cerraba en esa «entrega controlada».
Según la versión oficial, el agente especial Staples, de la DEA, envió el 30 de diciembre de 2003 una nota para informar el estado de situación: «En el día de ayer, diciembre 29, hemos recibido información donde se nos comunica que entre el día de hoy, 30 de diciembre, y el día de mañana diciembre 31, estaría por negociar unos 30 kilos de cocaína, el lugar sería alrededor del Canal 7 de la televisión o cerca de la flor metálica que abre y cierra«.
Al indagar a los detenidos, el magistrado comprobó que lo que decía Mendoza era verdad: él y Pose habían viajado varias veces desde agosto a Salta y, después de muchas idas y vueltas, en las que los narcos rechazaban el negocio por la desconfianza que les despertaba Pose, finalmente los convencieron de trasladar la droga a finales de diciembre hacia Buenos Aires.
Si, como informó la Gendarmería, la DEA recibió los detalles de la operación en curso recién el 29 de diciembre, todo lo anterior, como la agencia estadounidense no podía operar en territorio argentino y como la SIDE decía no tener nada que ver, era ilegal.
El juez Bonadio ordenó, entonces, la captura del informante de la DEA y del exsoldado del Ejército. A Mendoza lo detuvieron pronto. Ya en la cárcel, intentó una y otra vez hablar con el ministro de Justicia, Gustavo Béliz. Pose, en cambio, no estaba dispuesto a entregarse. Todo lo contrario. Quería que la DEA intercediera por él.
El 5 de mayo de 2004, finalmente, los detectives arrestaron a Pose en su casa de San Martín. Ya en la indagatoria, no le quedó otra opción que contar toda su carrera como informante de la DEA y la SIDE y hasta mencionar a todos y cada uno de sus contactos en el submundo de la inteligencia nacional e internacional para intentar convencer al magistrado de que lo suyo en Salta había sido un trabajo de encubierto.
Aunque el jefe de la DEA en la Argentina, Anthony Greco Jr, le confirmó al juez que Pose era uno de sus informantes, no pudo explicar por qué desde agosto llevaron adelante una investigación por su cuenta si, según la nota a la Gendarmería, recién el 29 de diciembre se enteraron de la operación de narcotráfico en marcha; por qué fueron detrás de esos narcos si sabían que otro magistrado ya los estaba investigando; cómo fue posible que llegaran a la Floralis Genérica en un Ford Escort destartalado sin que las fuerzas federales los pararan en los 1500 kilómetros que separan Salta de Buenos Aires; y por qué les interesaba hacer una «entrega controlada» de 31 kilos de cocaína de muy baja pureza -entre 18 y 21 por ciento cada «ladrillo»-. Ni esas ni otras cuestiones más pudieron o quisieron explicar. Menos aún por qué la agencia estadounidense operó en territorio argentino si no estaba autorizada.
Ante tanto misterio, Cogno, uno de los traficantes instigados por Pose, planteó una hipótesis ante el juez: que el objetivo era «plantar» el auto con la droga en el estacionamiento del Congreso para desprestigiar a los diputados y senadores o incluso al gobierno de Néstor Kirchner, que llevaba solo siete meses en el poder.
A los traficantes un tribunal los condenó rápido a 5 años y 6 meses de prisión, pero el tramo contra Pose y Mendoza pareció perderse en el laberinto de los Tribunales Federales de Comodoro Py, donde el servicio de justicia a veces se confunde con el interés de los Estados Unidos: primero los sobreseyeron, luego ordenaron sus detenciones, Mendoza se entregó y Pose se escondió, después les dictaron la falta de mérito y más tarde los volvieron a procesar pero sin prisión preventiva. Para ese entonces, septiembre de 2007, la DEA le encargó a Pose una nueva misión, según pudo reconstruir Encripdata: investigar la «ruta de la efedrina» entre China, India, Argentina y México, donde los cárteles usaban el precursor químico para elaborar metanfetaminas y venderlas del otro lado de la frontera, para lo que el «Gitano» se infiltró entre Ibar Esteban Pérez Corradi, traficante de efedrina y oxicodona, y Sebastián Forza, una de las víctimas del triple crimen de General Rodríguez de agosto de 2008.
En aquella época, Tenembaum, por su parte, hizo contacto con el policía federal retirado Ricardo Sladkowski, que traficaba el precursor químico con el mexicano Rodrigo Pozas Iturbe, el jefe aduanero Carlos Alberto Di Vita, el puntero peronista Jorge Omar Lazota y Leopoldo Bina, otra de las víctimas del triple crimen. El campeón israelí de Titanes en el ring moriría en el 2015.
Después de todas esas idas y vueltas, el juez Bonadio declaró cerrada la instrucción y elevó el expediente a juicio el 13 de noviembre de 2009. Pero recién diez años después, el 18 de octubre de 2019, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal (TOCF) 1 porteño finalmente comenzó el debate oral. Un año después, el 8 de octubre de 2020, los jueces Ricardo A. Basílico, Adrián F. Grünberg y José A. Michilini condenaron a Pose a 4 años de prisión por, entre otros delitos, el artículo 5 inciso c de la Ley 23.737, es decir, por narcotráfico. A Mendoza, en cambio, lo absolvieron.
Pose, obviamente, apeló de inmediato. A través del abogado argumentó varias cosas: que no era su responsabilidad notificar al juez o al fiscal de ocasión el operativo en marcha sino de sus superiores de la DEA; rechazó haber cometido el delito de transporte de estupefacientes porque sabía que «la droga sería secuestrada sin afectar la salud pública»; reconoció que lo hizo para cobrar la recompensa de la agencia estadounidense; y advirtió que habían afectado sus derechos al no juzgarlo en un plazo razonable de tiempo.
Ahora, dos años después, la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal confirmó la sentencia aunque la jueza Ángela E. Ledesma le dio la razón en un punto: «El caso estuvo a conocimiento del tribunal oral casi 11 años y más de 17 años en total de trámite hasta la actualidad, con relación a sucesos cuya pena máxima es de 15 años de prisión, de modo que el tiempo total del caso supera la penalidad legal prevista».
Sin embargo, el juez Guillermo J. Yacobucci opinó lo contrario: «En lo que a la intervención de las partes se refiere, el a quo sopesó las dos declaraciones de rebeldía dictadas respecto del imputado, los múltiples viajes a los que fuera autorizado y las postergaciones de audiencias que solicitara oportunamente». Por si no se entendió: durante la instrucción, Pose estuvo dos veces prófugo y ya en la etapa de juicio, pidió dos veces postergar el inicio por tener viajes programados. Aunque finalmente fue condenado y ahora recibió el doble conforme, al «Gitano» le salió muy bien su estrategia: en dos meses cumplirá 70 años. Y todavía puede recurrir ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Hasta entonces confía que no irá a prisión.
Como detalló el periodista Julián Maradeo en el libro La DEA en la Argentina, una historia criminal, la agencia estadounidense nunca dejó en sus casi 50 años de vida que las leyes argentinas se interpusieran en su «guerra contra las drogas» como parte de su doctrina de «seguridad nacional». La operación «Flor de acero» es una muestra, una muestra más.
Mientras tanto, el exjugador Pose sigue libre.
Y nadie puede asegurar que se haya retirado.