Drogas, traición y muerte: el furioso regreso de «Dylan» a Puerta 8
Tal vez porque creía que lo buscaba la Policía, tal vez porque sentía que tenía el teléfono pinchado, tal vez porque los transas que vendían para él lo culparon por la muerte de 24 personas tras consumir cocaína cortada con carfentanilo, tal vez por todo eso y más, Luca Nahuel Baigorria, se escondió en el sur del país cuando explotó todo el 2 de febrero en Puerta 8.
Luca es hijo de Miguel Ángel Villalba, alias «Mameluco» y al igual que su padre, lleva el apellido de su madre. Por traer la «droga fea» de Colombia, el 5 de abril tuvo que festejar escondido su cumpleaños 28. Tiene en su haber un ajuste de cuentas del que sobrevivió, un paso por la cárcel y dos barrios a su cargo. Los tenía hasta ese fatídico 2 de febrero. Tiene, además, un tatuaje de Cupido en la panza, muchas estrellas de varios colores en el antebrazo derecho, un rosario en la muñeca izquierda y un Kaláshnikov -fusil de asalto ruso- en el brazo izquierdo. Hincha de Boca por herencia familiar y de Chacarita y La Persiana por tradición barrial.
Pero el tiempo de «Dylan» en el sur se acabó.
Está de vuelta y en busca de lo suyo.
De su regreso, como pudo reconstruir Encripdata, algunos se enteraron con el silbido de las balas. Otros directamente ya lo vieron dando vueltas por Loma Hermosa y Billinghurst. Un sector de la Policía Bonaerense también lo localizó, pero no para entregarlo al juzgado federal de Alicia Vence, que ordenó su captura por lo sucedido en Puerta 8, sino para otra cosa.
A mediados de junio, los uniformados de la Barrial de San Martín lo ubicaron cerca del cruce de las calles Los Gladiolos y Los Olivos, en Loma Hermosa. «Dylan» pensó que era su final, que alguien lo había entregado, que volvería a la cárcel, de donde había salido en septiembre, hace menos de un año, pero los otros, como habían hecho en marzo con su medio hermano «Kako«, solo querían plata.
Al final, ellos se llevaron plata y él se quedó en el barrio, en su territorio, o el que creía suyo. Pero por algo que todavía no se sabe, «Dylan» se peleó la última semana de junio con su primo «Chuky» y su compadre «Tyson» en la Villa Sarmiento. Se fue, pero al rato volvió a los tiros y ellos también respondieron a los tiros. Después de descargar la bronca, se tuvo que ir del lugar.
En el medio de todo eso, los «Salvajes» volvieron a perder: la tarde del 18 de junio, policías bonaerenses hicieron frenar en Junín un Volkswagen Polo que seguían de cerca: informaron el secuestro de 20 kilos de marihuana. En consecuencia, los tres ocupantes del auto quedaron a disposición del juez federal Héctor Pedro Plou. Héctor, Juan y Yésica eran de la Villa 18. Ese encargo era Iván Gabriel Villalba, otro hijo de «Mameluco».
Héctor, uno de los que perdió, es hermano de «Cascarilla», que hasta el 2 de febrero manejaba con «Dylan» el punto de venta en Villa Lanzone.
Ese operativo dejó en evidencia dos problemas. El primero: «Salvaje» y «Mameluco», presos en la Unidad 35 Magdalena, del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), y en la Unidad 6 Rawson, Chubut, del Federal (SPF), respectivamente, incluso antes de que la jueza Vence los procesara por las actividades de narcomenudeo que terminaron por explotar con el carfentanilo en Puerta 8, siguen operando desde sus celdas aún después de todo eso, ante la pasividad de Xavier Areses y María Laura Garrigós, los jefes de las cárceles.
El otro problema: lo que informaron como incautado los policías de Junín no era todo. En ese vehículo había 5 kilos más de marihuana y uno de cocaína.
Poco después, los vecinos de Puerta 8 perdieron la tensa calma que irónicamente vivieron tras las muertes por la «droga fea».
El 13 de junio, unos sicarios mataron a Cristian Quiñones en uno de los pasillos de Puerta 8. Aunque oficialmente lo desmintieron, en el barrio comentaron que sobre el cuerpo de la víctima dejaron un cartel: «Muerte por muerte». Y con esa nota también se esparció un rumor tan rápido como el viaje de esas balas: que en la zona merodeaban «los colombianos», sicarios al servicio de Max Alí Alegre, alias «Alicho», en su guerra contra «Mameluco». Pero los transas que responden a los Villalba bajaron la orden de no colaborar con los detectives en el esclarecimiento del crimen porque eso podría arruinar el nuevo punto de venta que levantaron en el barrio de la «droga fea».
Alegre, un exsubordinado de Villalba, ahora está en guerra con él y también con Alejandro Javier Pacheco, «el Rengo». Esa guerra es por el territorio y a través de «satélites», cada vez más jóvenes porque todos ellos están encerrados y con varios años más por delante. Tener territorio es tener puntos de ventas asegurados, es, en otras palabras, tener plata todos los días, plata que va para sus largas estadías en la cárcel y para sus familias.
Ese círculo virtuoso de la economia del mal es por millones a diario.
Y hay distribución: por eso un sector de la Bonaerense los deja hacer.
La madrugada del 1 de julio, la ráfaga fue tremenda: Diego Gastón Castillo Arce recibió once disparos y aunque los suyos lo llevaron al hospital Bocalandro, ya era tarde.
«Bocadito», como lo llamaban en el barrio, solo estaba ahí para comprar, pero pagó con su vida como si fuera un transa de una de las bandas en pugna por adueñarse de la zona y los millones que deja.
Ese mismo día, los investigadores arrestaron a un sospechoso «marcado» por un vecino.
Parado al lado de ese y otros sospechosos, según una fuente, estaba «Dylan».