«Son polis, matalos»: buscan a tres transas de «Alicho» por el crimen de un policía encubierto
![Cómo sigue la causa por el crimen del policía encubierto Alan Dolz](https://encripdata.com/wp-content/uploads/2021/08/Encripdata_113_Alan_Dolz-1024x573.jpg)
Cómo sigue la causa por el crimen del policía encubierto Alan Dolz. Crédito: Facebook.
El último minuto del 2016 a Alan Maximiliano Dolz lo agarró de servicio en Mar del Plata, pero se lo tomó para agradecer: «Uno de mis mejores años. Llegué a mi primera meta, comenzó un 3 de abril con muchas expectativas y nervios, pero acá estamos, ya laburando. Este 2017 se viene mucho estudio. Nuevas metas, pero siempre el mismo objetivo: ser alguien en esta puta vida. Agradezco a mi familia y amigos, a mi dos pilares, que son mis viejos. Y principalmente a mi papá Dios, que me guía. Feliz año nuevo para todos».
El 4 de enero cumplió 21 años, pero por el trabajo en la Policía Federal (PFA), debió festejarlo al día siguiente con sus familiares y amigos en Quilmes.
A sus papás los llevaba en el corazón: a la izquierda del pecho tenía tatuados sus nombres, Eva y Ricky, sobre un corazón bien rojo, como su otra pasión: Independiente.
El 30 de enero le rezó a su Dios: «Señor: dame fuerzas para seguir adelante en esta profesión, para no llorar cuando mi compañero esté modulando en prioridad, para que no se me ponga la piel de gallina y poder correr como si no estuviera cansado o con sueño, dale paz a mi madre para que pueda dormir sin preocupaciones mientras yo estoy velando por la seguridad de otros, dame corazón para no quebrar mi voz cuando cae un camarada y con la mirada perdida casi en llanto volver a casa y decir que todo está bien para no preocupar a nadie. Por último, dame un poco más de tiempo para abrazar a mis padres y a mi hermana antes de ir a tomar servicio y el día que tú me llames, me dejes poder cuidar a los que dejo acá porque esa siempre ha sido mi función: celar por ustedes desde el más allá. Amo a mi querida PFA».
Esos pensamientos eran recurrentes. Al otro día renovó su voto: «Gracias Dios por la linda profesión que me diste. Cuida a mi familia mientras no esté y dame fuerzas para seguir adelante».
El 27 de abril de 2017, mientras hacía tareas encubiertas, un transa de la Villa Loyola, lo mató por la espalda.
Aquella mañana, según pudo reconstruir Encripdata, su brigada debía entrar a ese barrio de emergencia para constatar si allí vendían droga. Para eso, el jefe del equipo dejó a Dolz y a su compañero Jorge Hernán Godoy Manzanares en la entrada que tiene el monumento al Gauchito Gil. Llevaban bolsas con verduras para hacerse pasar por vendedores ambulantes. Otros dos policías, con las manos libres, harían lo mismo por un pasillo paralelo. Debían recorrer tan solo 250 metros hasta la salida, debían hacerlo en cinco minutos, para darle tiempo al jefe a dar la vuelta. Al final, cuando todos estuvieran a bordo de la Ford Ranger no identificable, podrían dar por terminada la misión.
Godoy Manzanares iba adelante, Dolz atrás. En el primer pasillo, a la derecha, observaron un punto de venta, pero sin actividad. En el segundo pasillo, a la izquierda, vieron el búnker que ya tenían marcado como el lugar donde los transas guardaban las drogas, pero tampoco notaron movimientos. Ya en el tercer pasillo, cuando buscaban otro punto de venta, a Godoy Manzanares se le apareció de la nada una mujer, que se paralizó por un momento y se escondió en su casa. Eso lo hizo reaccionar y mirar hacia atrás: tres o cuatro pibes habían agarrado a Dolz. Algunos le pegaban y otro lo apuntaba con una pistola.
– ¡Son polis, matalos! -gritó uno.
– ¡»Anguila», tirale! -ordenó otro.
Uno se le fue encima a Godoy Manzanares para que no pudiera defenderlo, pero consiguió sacar su arma reglamentaria y disparó. Los sospechosos, entonces, los soltaron y Dolz empezó a correr, pero a los dos metros sintió un ardor en la espalda y cayó desplomado.
Por Nextel, Godoy Manzanares les avisó a sus compañeros lo que acababa de suceder.
Cuando cortaron, sus compañeros ya los tenían enfrente. Todos tiraron. Los agresores, que conocían esos pasillos con forma de laberinto, pudieron escapar.
En eso un vecino, que había escuchado las detonaciones, se animó a salir de su casa, pronunció unos números, una especie de código y, entonces, Godoy Manzanares aceptó que lo ayudara a llevar a Dolz hasta la salida acordada, donde ya estaba el jefe con la Ford Ranger en marcha. Entre todos subieron a Alan a la caja de la camioneta. Acto seguido, ese vecino se esfumó. Nadie supo cómo se llamaba. La atención la tenían puesta en su compañero de 21 años, que para ese momento ya perdía sangre por la boca.
Godoy Manzanares llegó al Hospital Belgrano con el dedo meñique de la mano izquierda colgando producto de un tiro.
Dolz, en cambio, no pudo resistir: falleció a los pocos minutos.
Ese mismo día, el juez federal Juan Manuel Culotta abrió una investigación para determinar quién había matado en ese laberinto al joven policía Dolz mientras hacía tareas encubiertas sobre los transas que vendían dosis en los pasillos de la Villa Loyola bajo las órdenes de Max Alí Alegre, alias «Negro Alí» o «Alicho», Blas Adrián Gómez, alias «Gordo», y Héctor Fernando Lamas.
El «Gordo» Blas fue uno de los primeros detenidos del caso, pero tras someterse a la prueba de la parafina, una pericia balística forense en busca de residuos de disparos sobre la piel o vestimenta, cada vez menos usada por sus falsos positivos, el magistrado le dictó la falta de mérito.
Godoy Manzanares, de 26 años, todavía en shock por presenciar la muerte de su compañero, identificó a alias «Anguila» en dos fotos como el asesino. En consecuencia, los investigadores fueron por el hombre detrás de ese apodo y esas fotos. Así llegaron a Jonatan Raúl Guevara, de 31 años para ese entonces, con último trabajo en blanco en noviembre de 2015 en la Cámara de Senadores bonaerense.
Por su parte, el vecino que asistió a Dolz, revivió en el juicio cómo fueron esos minutos: «Me levanté a las 4.45, como todos los días, para ir a trabajar y a las 5.05 me agarré con mi hijo porque recién llegaba. Lo hice acostar en su cama y me fui a laburar. Soy remisero. Volví a tomar mates con mi señora y, mientras los preparaba, escuché unos tiros, salí corriendo a buscarla a ella y, a la altura del quinto pasillo, vi tirado a un pibe y a otro que venía corriendo. Me identifiqué con mi legajo para ayudarlos y sacarlos hasta el pasillo de la calle La Nueva. Lo subimos a la camioneta y me fui».
El vecino no era otro que el papá de Guevara, el principal acusado, por lo que algunos creyeron que declaró eso para zafar a su hijo.
Pero, como advirtió el fiscal Marcelo García Berro y el defensor público oficial Alejandro Arguilea, las dos fotos que los detectives le habían mostrado a Godoy Manzanares para que identificara al autor de los disparos correspondían no a una sino a dos personas.
Uno era, efectivamente, Guevara, al que nadie conocía como «Anguila» sino como «Joni» o «Joni Locura», y el otro, justamente, «Anguila».
Godoy Manzanares recordó en el juicio que a los investigadores les había dicho que la primera foto era de mala calidad, que no se notaba mucho y, ante el tribunal, juró: «Trato de ser lo más preciso posible, trato de que nadie quede preso en vano».
Para descartar cualquier tipo de duda, los detectives compararon el ADN del detenido con las muestras levantadas de la escena del crimen. Negativo.
Los jueces del Tribunal Oral Federal 1 San Martín, Héctor Sagretti, Daniel Gutiérrez y Silvina Mayorga, finalmente le dieron la razón a los Guevara: el principal sospechoso de haberle tirado a matar a Dolz era aquel que en el barrio conocían como «Anguila».
Los magistrados absolvieron el 3 de agosto de 2020 a Guevara hijo, pero no lo liberaron porque a la vez lo sentenciaron a cinco años y seis meses de prisión por tener en su poder dosis de droga listas para vender, por resistirse ante los policías que lo atraparon y por causarle lesiones leves a uno de ellos.
Guevara hijo no vendía droga de manera solitaria. Integraba, según los jueces, la banda de «Alicho» y «Gordo» Blas. Esos mismos jueces condenaron el año pasado al primero a nueve años de prisión justamente por dirigir el narcomenudeo de la Villa Loyola. Como adelantó la periodista Virginia Messi, especializada en crimen organizado para Clarín, al «Gordo» Blas le fue peor: lo sentenciaron a prisión perpetua por asesinar a uno de los suyos: Maximiliano Peralta, alias «Pica» o «Picachu», al que acusaba de traidor.
Una persona, a través de una denuncia anónima, aseguró que tanto «Gordo» Blas como «Pica» habían estado en la escena del crimen.
Al «Gordo» Blas y a «Alicho» ahora se los menciona en otro crimen: el del oficial inspector Ricardo Ariel González. Como reconstruyó Encripdata el 30 de julio, este policía federal quería cobrar los 10 millones que Javier Alejandro «Rengo» Pacheco habían ofrecido para quien acabara con quienes pensaba que lo habían «entregado» en la Justicia.
González prestaba servicios en la delegación Mercedes de la PFA, pero, según la hipótesis de la fiscal Gabriela Disnan, quería cobrar esa recompensa y por eso estaba en la búsqueda de dos transas de Loma Hermosa que se animaran a ejecutar el trabajo sucio que lo haría millonario. Así fue como pactó por intermedio de una mujer la reunión con uno de los transas para la noche del 20 de julio. Tenían que planificar el encargo de Pacheco. Lo que no sabía el policía era que estaba a punto de dejar entrar a su auto al sicario equivado.
El transa lo ejecutó de ocho disparos, dejó un mensaje en el asiento y se fue tranquilo. «‘Rengo’ Pacheco: ¿10 millones por mí? Acá tenés tus 10 millones. Atentamente: San Martín», rezaba la carta. Pero lo que no sabía el sicario era que la víctima tenía un papelito en un bolsillo de la campera, como muestra la foto publicada por Encripdata, que decía: «Blas Adrián Gómez. M=1 – P 2. Gordo Blas Avicho». Estaba mal escrito: «Avicho» es «Alicho».
M=1 – P2 significa módulo 1, pabellón 2, de la cárcel de Devoto, donde están alojados justamente «Gordo» Blas y «Alicho». Lo que nadie sabe es cómo pretendía el policía González hacer para que sicarios mataran a sus objetivos dentro de la prisión.
Ese es un misterio que se llevó a la tumba.
El otro misterio, saber quién mató al policía Dolz, aún puede esclarecerse: los detectives van por alias «Anguila» y dos transas más.
Esa es la esperanza de Eva, su mamá, que escribió en Facebook con copia al cielo: «Como vos decías: no tengo miedo a morir, tengo miedo al olvido».