«Chapo» y «DEA», los contactos con los que Guastini chapeaba para no terminar como terminó
«Hola, soy Diego Xavier Guastini, vengo a declarar». En vez de ingresar por el estacionamiento, salvoconducto para «arrepentidos» y «testigos protegidos», él entró a la fiscalía como uno más. Y como uno más, entonces, sonrió para la foto que los empleados de seguridad les sacan a las visitas para registrar su llegada. Encripdata pudo saber que no lo hizo una ni dos veces sino tres entre 2018 y 2019. Y no porque se creyera un «rápido y furioso» sino porque tenía que procurar que el mensaje llegara a oídos de quienes le habían soltado la mano.
En la fiscalía nombró a muchos: desde policías y espías hasta finacistas y narcos, desde argentinos y colombianos hasta españoles y yugoslavos aunque en realidad eran serbios. Parte de todo eso lo usará el fiscal Gabriel Pérez Barberá en el juicio al clan Loza.
Pero en algunos casos él mismo llamaba a las personas de las que había hablado para que supieran que los había «entregado» con los investigadores. Su abogado incluso denunció que alguien le robó de su estudio el CD con una de las declaraciones de Guastini, pero, al revisar las cámaras de seguridad, sospechó que fue su propio cliente para poder demostrarle con aquel CD a uno de sus exsocios que no era joda cuando le decía que lo había «prendido fuego» en la Justicia.
Guastini sintió la necesidad de blindarse luego de recibir dos golpes: el primero, la madrugada del 9 de julio de 2013, cuando policías bonaerenses del Grupo Halcón acribillaron al espía Pedro Tomás Viale, alias «Lauchón», su amigo en la Secretaría de Inteligencia (SIDE, ahora AFI), en medio de un operativo antinarco en La Reja, Moreno; el segundo, el 26 de octubre de 2013, cuando policías aeroportuarios lo demoraron a él y a sus «mulas», Gerónimo Eduardo «Coco» Gérez y José Antonio Blanco», por intentar ingresar al país con 169.960 euros tras un viaje por Málaga, España.
Desde entonces, a quien quisiera escucharlo, Guastini sacaba a relucir sus supuestas conexiones internacionales: Encripdata pudo reconstruir a partir de dos fuentes que lo conocieron o que trabajaron en su «cueva finaciera» de la calle Florida 520, que «Manganga», como lo conocían en el submundo de financistas y narcos, alardeaba de haber estado a punto de ser informante de la Drug Enforcement Administration (DEA de los Estados Unidos) así como realmente lo fue de la SIDE antes y después de la muerte de «Lauchón» Viale.
La relación del «buchón» con el espía era tan buena que tras la muerte de su amigo llevó a su «cueva» a dos de los hijos: Luciano y Alan.
Pero a los que no le creían cuando les hablaba de su llegada a la DEA, Guastini les redoblaba la apuesta: les contaba de su viaje con el peruano Carlos Sein Atachahua Espinoza, alias «Iván», a México para encontrarse cara a cara ni más ni menos que con Joaquín Guzmán Loera, el inconfundible «Chapo», histórico jefe del Cártel de Sinaloa. A ese nivel en el submundo narco, solo una foto analizada por peritos podría confirmar esa leyenda. Pero de «Manganga» solo se conocen dos fotos: una, la de su documento, y otra, en el aeropuerto internacional de Ezeiza.
De todas maneras, Guastini sugirió esa conexión en la fiscalía aunque sin nombrar a Guzmán Loera: al «entregar» a Atachahua Espinoza, que le había soltado la mano a partir de los problemas judiciales, precisó: «Viajé con Atachahua en abril de 2013 a México, no en el mismo vuelo, pero sí coincidimos en el Distrito Federal y luego fuimos juntos a Culiacán. Hicimos Buenos Aires – Distrito Federal y Distrito Federal – Culiacán por Aeroméxico».
Culiacán, por si hiciera falta aclararlo, es la capital de Sinaloa, tierra del «Chapo» y sus herederos, los «chapitos».
Atachahua Espinoza, en cambio, prefirió no hablar de aquellos viajes ante los fiscales María Gabriela Ruiz Morales y Diego Iglesias cuando lo indagaron por lavar a través de Guastini al menos 10 millones de dólares provenientes del tráfico internacional de cocaína.
Los fiscales no se detuvieron sobre aquel supuesto viaje de Guastini y Atachahua Espinoza a México simplemente porque no les aportaba nada a lo que investigaban. Pero en otra causa, la del tráfico de divisas, los detectives comprobaron dos vuelos de sus «mulas» entre México y Argentina: el del 6 de diciembre de 2012, cuando Pablo Portas Dalmau y Ernesto Raúl Quirco intentaron entrar con 689.940 dólares sin declararlos; y el del 3 de noviembre de 2013, cuando «Coco» Gérez, Ramón Bernabé Gabriel Coronel y Aurelio Rubén David Coronel pretendieron hacer lo mismo con 199.985 dólares.
Esos viajes, reconocería después en juicio abreviado para no ir a la cárcel, Guastini los organizó para traerles divisas a bandas narco.
Tal vez por hablar de quien no debía, tal vez por arruinar un negocio que no debía, lo cierto es que alguien ordenó matarlo: un sicario, apoyado por una moto y dos autos, lo ejecutó de tres tiros que traspasaron el vidrio de su auto antes de que pudiera agarrar su Glock.
Creer o reventar, aunque él quería blindarse hablando de los otros en la Justicia, lo que no blindó fue el Audi en el que perdió la vida.
Eso sucedió el 28 de octubre de 2019. Para algunos, la fecha elegida para callarlo para siempre no fue casual: el día anterior Alberto Fernández había ganado las elecciones presidenciales frente a Mauricio Macri. Era un hecho que el cambio de gobierno marcaría una nueva limpieza en la AFI. Eso se concretó finalmente con la llegada de la exfiscal Cristina Caamaño como interventora y, especialmente, con la filtración ya en el 2020 del libro de actas de «La Casa», en donde figuraban los nombres completos de los espías, sus peripecias en actos de servicios y sus destinos en el exterior, que obligó a muchos a retirarse o a redoblar las medidas de seguridad por miedo a que agentes de otros países los descubrieran.
La investigación para saber quién quiso sacar de juego a Guastini no termina de arrancar. Como reveló Encripdata, entre el juez Juan José Anglese y fiscal Martín Conde rechazaron dos veces arrestar a la única persona hasta ahora identificada al menos como «partícipe necesario». La viuda de «Manganga» consiguió que el fiscal se apartara del caso luego de recusarlo. Desde el 15 de marzo, entonces, se hizo cargo la fiscal de Quilmes Karina Gallo auxiliada por sus pares María Clarissa Antonini, de la UFI especializada en drogas de ese distrito; y el propio Iglesias, de la Procunar.
La nueva fiscal, sin embargo, no pudo avanzar mucho. Encripdata pudo saber que los detectives entregaron un tercer informe con detalles pormenorizados sobre la escena del crimen para de una vez por todas ir detrás de aquel «partícipe necesario», pero no obtuvieron respuesta. La fiscal primero quiere escuchar como testigos a una «mula» y a un contador que estuvieron con «Manganga» hasta sus últimas horas. Será interesante lo que tenga para contar ese contador, que no es otro que el dueño de la «cueva financiera» desde que a Guastini le ajustaron las cuentas.
La fiscal quiere reconstruir los últimos días de la víctima. En eso anda.