A Guastini muerto, García puesto: quién es el nuevo jefe de la cueva de Florida 520
Cuando los detectives de la Policía Federal (PFA) allanaron las dos cuevas financieras que dirigía Diego Xavier Guastini, solo encontraron 50 mil pesos y una lapicera espía. Eso era muy poco efectivo para «Dolarín», como lo llamaban en la city porteña, por su facilidad para cambiar divisas, con su correspondiente comisión, claro, a cualquier hora a cualquier día. Ni siquiera hallaron un gramo de cocaína a pesar de que, como quedó demostrado en causas judiciales, también se encargaba de realizar envíos de droga desde el Puerto de Buenos Aires.
Aquella mañana del lunes 28 de octubre de 2019, luego de que un sicario le acertara tres balazos a Guastini a la vuelta de la Municipalidad de Quilmes, apoyado por una moto y dos autos, alguien limpió las oficinas que este «arrepentido» del narcotráfico tenía en las calles Florida 520 y Tucumán 540.
Por protocolo, los policías les tomaron los datos a los que estaban en las dos cuevas: en la primera, que fue su histórico bunker, extrañamente ya no había nadie, pero en la segunda, que abrió tras quedar al descubierto sus operaciones con las mulas que hacía viajar al exterior llenas de dólares y euros, hacían que trabajaban dos hombres y tres mujeres.
Ahora, trece meses después del crimen, uno de esos empleados se autoproclamó jefe de lo que quedó de la organización del acribillado financista, narcotraficante e informante de la exsecretaría de Inteligencia (SIDE o AFI) y la Policía Bonaerense.
Se trata de Daniel Fernando García Acuña, más conocido en Florida 520 como «Uruguayo» por su país de origen, según le confirmaron tres fuentes de información a Encripdata. Guastini lo contrató para delegarle tareas de todo tipo, pero rápidamente García le llevó ideas de negocios.
Como su centro de operaciones, Guastini preparaba en su cueva principal los vuelos de las mulas, argentinas y extranjeras, pero en 2013 y 2014 tuvo mucha mala suerte: los agentes de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) las descubrieron en seis oportunidades intentando contrabandear 1.443.030 dólares y 1.524.715 euros en tres viajes a Ecuador, dos a España y uno a México. A una de esas mulas, David Ávila Ramos, sicarios lo mataron en 2018 en España, su país de origen. Otra, Gerónimo Eduardo Gerez, más conocido como «Coco», murió ese mismo año al caerse de una escalera.
A pesar de que esa banda se dedicaba a moverse de aquí para allá con las divisas de la compraventa de cocaína, el Tribunal Oral Penal Económico 1 porteño condenó a todos a solo 3 años de prisión en suspenso, incluso a Guastini, que era el líder.
Con esas mulas, el financista trasladaba los dólares y euros de sus dos mayores clientes narcos: Erwin Loza, uno de los líderes del clan Loza, que de tanta plata llegó a comprarse la Ferrari F355 colo rojo de Diego Armando Maradona, y Carlos Sein Atachahua Espinoza, pero cuando los traficantes dejaron de operar con él por los problemas judiciales desatados tras la detección de sus mulas, no tuvo reparos para, como «arrepentido», entregar datos al fiscal antidrogas, Diego Iglesias, de la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar), que los atrapó por lavado de activos en 2018 y 2020, respectivamente.
Pero eso fue historia. Una vez muerto Guastini, García, su viejo empleado, hizo «borrón y cuenta nueva», no quiso entregarle esas oficinas a la viuda y las alquiló como departamentos privados para que decenas de mujeres, a pesar del aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) por la pandemia del coronavirus, comenzaran a ofrecer sus servicios sexuales, incluso a través de Internet.
Si antes la AFI sabía lo que pasaba allí dentro, ahora debería saberlo la Policía de la Ciudad.